Reseña

En estas tres piezas teatrales, unidas no por la continuidad de sus tramas sino por la anatomía moral de sus impulsos, el autor no pretende moralizar ni consolar. Quiere, más bien, inquietar y provocar preguntas. En El instinto del mal, se explora la violencia como pulsión liberadora; en Malleus Maleficarum, el miedo como instrumento de control y exterminio; y en Del amor a la tumba, el desamor como herida profunda e intrincado laberinto. Todas, sin excepción, están atravesadas por una mirada dramática que no teme a caminar al borde del abismo.

Hay libros que dejan huella, y otros que abren cicatrices. La trilogía del mal hace ambas cosas. No es un viaje cómodo. Por el contrario, es un recorrido descarnado, que ahonda por los territorios oscuros de la condición humana. Este libro ofrece una exploración profunda de los impulsos que muchas veces preferimos ignorar, pero que están ahí, latiendo detrás de cada decisión, de cada tragedia personal o colectiva; no solo reúne ficciones de alto voltaje simbólico, sino que ofrece también una valiosa reflexión metodológica sobre el proceso de construcción y deconstrucción dramatúrgica.
Así, se convierte en un doble testimonio: el de una mente creadora que se sumerge en los rincones más inquietantes de nuestra civilización, y el de un artista riguroso que piensa su oficio como dramaturgo con la misma intensidad con la que lo vive.

Por ello, como si no bastara con las piezas teatrales, el texto cierra con un ensayo que revela el proceso creativo detrás de estas obras: cómo fueron escritas, cómo cambiaron con el tiempo y cómo un experimento con lectores las transformó, lo que convierte a La Trilogía del Mal en una excelente lectura, tanto para los amantes del teatro, como para quienes buscan comprender mejor la tragedia de la sociedad que nos rodea.