Culpabilidad y libertad
Fundamentos teóricos de la imputación personal
Autor: | Díaz Arana, Andrés Felipe |
La discusión en torno al concepto de culpabilidad, es decir, de aquella
categoría que contiene el presupuesto fundamental de la atribución de responsabilidad
penal a un sujeto, no ha cesado nunca. En particular, tal discusión se
concreta periódicamente en un cuestionamiento radical de la propia categoría.
Así, en los últimos ciento cincuenta años cabe registrar, al menos, tres embestidas
fundamentales dirigidas contra las diversas variantes de la concepción que
relaciona el centro del juicio de culpabilidad con una determinada visión de la
libertad humana (metafísica, jurídico-positiva, socio-lingüística, funcional…).
Las tres acometidas adoptaban supuestamente un enfoque empirista. Sin embargo,
difícilmente podían eludir la crítica de su asociación bien a modas científicas
o a premisas no empíricamente contrastadas. Este extremo se advierte con
claridad si se tiene en cuenta su respectiva desaparición de la escena en poco
más de una o dos décadas tras su planteamiento. Ello le sucedió, a finales del
siglo xix, al planteamiento de von Liszt; igual que ocurrió, cincuenta años más
tarde, con la orientación al psicoanálisis; y, en fin, más o menos lo mismo ha
tenido lugar con el enfoque neurocientífico de principios de este siglo.
La obra que ahora tengo el gusto de presentar no sigue los mismos derroteros,
sino que adopta desde el inicio un enfoque filosófico. Ello se debe a que
su autor, Andrés Díaz Arana, reúne la doble formación jurídica y filosófica que
le habilitaba de antemano para emprender una investigación ciertamente estimulante,
pero no menos arriesgada. Arriesgada, sí, porque en materia de culpabilidad
es fácil incurrir en uno de los dos extremos. Por un lado, en el de
entender que al respecto ya se ha dicho todo lo decible (y hasta lo indecible).
Por el otro, en el de querer replantearlo todo desde el principio. Ciertamente,
el intento del Dr. Díaz Arana se mueve bastante más cerca de lo segundo que
de lo primero, así que nuestras visiones personales sobre el problema y su
abordaje son claramente diferentes. Sin embargo, ello no ha obstado en absoluto
a mi labor de director o, según se suele decir ahora, acompañante en la
aventura doctoral. En cierto modo, incluso la depura, pues anula la figura antigua
(y, desde luego, algo odiosa) del director de tesis que pretende que sus
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propios planteamientos sean respaldados o, al menos, desarrollados por el
futuro doctor. Frente a ese modelo (probablemente caduco) existe otro, que
consiste en ayudar al doctorando para que construya su tesis del modo metodológicamente
más correcto e incurriendo en las menores incoherencias posibles.
Esa, y la de lector crítico y privilegiado, ha sido mi modestísima contribución
a la obra que el lector tiene en sus manos.