Reseña

Este libro es un tributo a los caminos que me han forjado, caminos recorridos con la sencillez y el amor que sólo puede brindarse desde lo esencial. Hay un color que no figura entre los primarios ni alardea en las banderas. No es grito, es murmullo. No deslumbra, pero permanece. Sepia.

Sepia es el color de lo que ha sido y se resiste a desaparecer. Es el pigmento del suelo fértil, el que se queda en las uñas del campesino después de sembrar. Es la pátina que recubre los retratos de los abuelos, la tinta con la que el tiempo escribe su testamento en las cosas. Sepia es la sangre seca que alguna vez fue vida palpitante. La piedra milenaria que, aún sin voz, recuerda. El polvo estelar que flota en galaxias extintas.

No es casual que este libro lleve por nombre SEPIA. Porque este no es solo un poemario: es un regreso a la raíz, a la médula, al sedimento donde se asienta la memoria del mundo. El sepia está en todo lo que persiste después del fuego, después del olvido, después del amor.

Estas páginas, no están pintadas con colores chillones ni con metáforas de ocasión. Pintadas con la sustancia de lo real, con el tono profundo que une la carne al polvo, la lágrima al desierto, el beso a la ceniza.

Porque en el fondo —si miras bien— todo lo que amamos, lo que somos, lo que soñamos... tiene algo de sepia.