Reseña

Estaba allí sentada en el piso frío de aquella cocina, pensando en lo inverosímil que resulta la vida, pensando en que sin él, nada tendría sentido, Akire sentía que el aire que inhalaba hacia su pecho quemaba su garganta y eso solo explicaba una cosa: sus nulas ganas de vivir.
Se encontraba sola en la casa de su madre, pero ella al igual que todos los días ese martes salió muy temprano en la mañana; sabía que regresaría pasadas las ocho de la noche, así que tendría el tiempo suficiente para planear su partida definitiva.
Pensaba y pensaba dándose golpes en la cabeza para ver si así fluían las ideas, no estaba convencida de causar su partida, pero tampoco quería continuar con ese dolor en su pecho, ni en su alma, respirar dolía.
Sus noches eran noches sin amanecer, y su única compañía eran las sombras gigantes de la tristeza que se paseaban a su alrededor desde que él partió; las mismas sombras que días antes habían cobrado vida y le susurraban a su oído que el momento de la partida había llegado.