Estampas carnavaleras. Historias del carnaval en Barranquilla
Autor: | Pineda Salazar, José Moises |
Contar el Carnaval.
Debo confesar que no atino a entender qué es lo que hago.
No sé si estoy contado historias o, por el contrario, he entrado en el universo de quienes, llamándose cronistas, hacen de la historia un cuento y convencen a su auditorio de que la fábula es verdad.
Siento que paso de uno a otro universo sin pedir permiso y sin dar aviso.
Sin embargo, no puedo negar que esta serie de escritos me ayudan a construir un espacio en la memoria de la ciudad, presuntuosa pretensión, para personas que en el trasegar de mi vida para el carnaval, me han marcado con la misma intensidad con la que mi madre lo hizo esa tarde en la que, valiéndose de un corcho quemado se dio a la tarea de pintarme patillas, barbas y bigotes antes de terciarme una mochila de fique teñido y de calzarme unas cotizas de lona. Lo hizo luego de vestirm el liquiliqui que me había cosido con la tela de tres sacos de harina que mi padre compró para nuestros vestidos de baile, en las colmenas del mercado de Barranquillita.
El sombrero conchae’coco, el pañuelo rojo rabue’gallo y sendos calabazos llenos, el mío con una cocacola de a diez centavos y el de él con dos medias de Ron Banco; yo, con cinco años de edad y él cumpliendo en esos días sus treinta y dos; él con su bigote recortado, yo con el mío pintado, estábamos listos para irnos a bailar en aquella famosa cumbiamba de los Barrios Abajo y Montecristo: “¡Agua Pa’mi!”.
Evaristo Sandoval tenía setentaicinco años cuando llegué a la “Danza El Torito” y Maritza Cardone no se cuántos cuando, desde el SENA, se le colaboraba en la organización del “Reinado de Viejas” en Rebolo, con el entusiasmo que a estas cosas del Carnaval le imprimía nuestro Gerente Regional José Joaquín Rincón Chávez.
Fue aquel evento de Martes de Carnaval que concluía con la rotura de camisas entre los hombres, el que vino a ser precursor del Carnaval de la Tercera Edad en donde, pasadas de las siete décadas, las mujeres bailan solas porque sus maridos, a esa edad, “ya no sirven ni pa’ bailá”.
Con ellos empiezo este intento de contar el carnaval cuando ahora con setenta entre pecho y espaldas, tengo casi los mismos años que tenía “Sandovalito”, “El Compae Chiquito”, a quien conocí un Sábado de Carnaval en casa de Alfonso Fontalvo Torres.
De ellos, los Fontalvo, diré que Barranquilla tiene una deuda con la memoria de Campo Elías en cuanto a que fue el líder del Carnaval Popular que supo, con inteligencia, finura, decisión y entereza, hacer valer el poder que nacía de su prestancia de hombre educado en el Barranquilla para Varones donde se formaba la dirigencia popular de la Ciudad.
Ser Bachiller en Comercio, en Ciencias Exactas, en Filosofía y Letras o en Ciencias Naturales del Colegio de Barranquilla “Es un Honor”, que demanda de quien ostente esa calidad, un comportamiento acorde con ella.
La saga de la que hizo parte Campo Elías Fontalvo nos habla en estos relatos.
Este es mi Homenaje para ellos.
No sé si lograré convencerlos, pero en estos textos seguiré afirmando que nuestro Carnaval, el que se celebra en Barranquilla, no es herencia ni prolongación de las fiestas Griegas o Romanas, sino que proviene de otras tradiciones mucho más antiguas. Argumentar que las nuestras se afincan en tradiciones Judías y Cristinas antiguas, lo cual no es de buen recibo.
Afirmo que la figura de la Reina del Carnaval es un aporte directo de las Tradiciones Rabínicas de las Fiestas del Purim Judío, lo que no es cosa fácil en un ambiente político hostil en el que se cometen los mismos errores del pasado.
Igualmente lo es pregonar que “Los Salones Burreros” son legado directo de las Tradiciones Bíblicas de las Fiestas de la Sukot o Fiesta de las Tiendas, porque están construidos con materiales precarios, con tres lados cerrados y uno abierto, semicubiertos con palmas y festones que permiten ver el cielo y las estrellas, donde ser reúnen los miembros de la Comunidad para libar, bailar, comer y recordar historias tradicionales.
Como tampoco lo es propalar que La Batalla de Flores, no era una sino varias y que su formato procesional unificado por un tema, una hora de inicio y otra de finalización, así como por un recorrido en el que se planean eventos episódicos, fue un aporte al festejo carnavalero que hizo la “Procesión de Reyes Magos” organizada por los Frailes Capuchinos de la Iglesia del Rosario en 1927.
Tampoco resulta claro decir que el Carnaval no muere el Martes del Carnaval, sino que descansa reposa, toma fuerzas bajo el cuidado de la Iglesia para levantarse jubiloso el Sábado de Gloria con el fin salir a recorrer y alegrar el mundo. Que el Carnaval nunca muere.
Tal tesis cristiana me facilitó poner en el público una faceta poco conocida en Evaristo Sourdís, un sefardita que, sin duda alguna, introdujo en el Carnaval de Barranquilla elementos del Carnaval Estudiantil de la Capital que enriquecieron nuestra tradición, así como hizo lo propio con el festival bogotano. En aquellos aportes sobresale la figura de Pericles Carnaval al que se anticipa el surgimiento de Joselito Carnaval en el de Barranquilla por el año de 1922.
De ahí en adelante amigo lector, el hilo conductor de estos relatos es “El Entierro de Joselito” que va registrando las transformaciones de la fiesta que, desgraciadamente, hoy termina con un enorme y colectivo bostezo de aburrimiento el Martes del Carnaval.