El peso de la lluvia
Autor: | Izquierdo, Mayra |
En El peso de la lluvia, el fluir del lenguaje se encoje, se duele, se queda y afecta. Mayra es joven, pero ya sabe cómo pulsar la ausencia, enhebrar el dolor con el afecto y no tiene miedo de cuestionar. ¿Hacia dónde la poeta proyecta esa mixtura de grises y círculos que despierta con imágenes? Tal vez sea el eco del grito incomprendido. No teme a la confesión íntima y la dice sin evitar que los conectores tiren de su piel. Es un ser que se percibe mayor en su propuesta escritural, puede ser árbol que se dobla, se levanta y apacigua las grietas hasta en el silencio. Conmueve su apuesta tranquila. Es sincera, honesta y asombra. Es una poética interior, que se alimenta del afuera y lo hace suyo para transformarlo en arte. Parecería que Mayra se adelanta a la adultez, y en el salto nos lleva en una barca donde las velas se mecen con el impulso de la voz que sostiene la noche en el misterio de hojas sedientas.
Ella habla de lo que siente, no tiene que armar una metáfora para perfeccionar forma y contenido. En medio de los recorridos de estos poemas hay una luz que ilumina, solo que por momentos el escenario es apenas un reflejo tenue que permite la respiración. Hay naturaleza y en medio de ella el ser humano dando tumbos por el follaje mientras la autora aprieta un color de río en sus labios. Hay puertas que se abren y tropiezan con los imposibles para sacarlos del vacío, unos pájaros duermen y otros olvidan el canto. Mayra hace y deshace sus pasos en el arrojo de la palabra, mientras La Abuela regresa para servir la cena.
En El peso de la lluvia, el fluir del lenguaje se encoje, se duele, se queda y afecta. Mayra es joven, pero ya sabe cómo pulsar la ausencia, enhebrar el dolor con el afecto y no tiene miedo de cuestionar. ¿Hacia dónde la poeta proyecta esa mixtura de grises y círculos que despierta con imágenes? Tal vez sea el eco del grito incomprendido. No teme a la confesión íntima y la dice sin evitar que los conectores tiren de su piel. Es un ser que se percibe mayor en su propuesta escritural, puede ser árbol que se dobla, se levanta y apacigua las grietas hasta en el silencio. Conmueve su apuesta tranquila. Es sincera, honesta y asombra. Es una poética interior, que se alimenta del afuera y lo hace suyo para transformarlo en arte. Parecería que Mayra se adelanta a la adultez, y en el salto nos lleva en una barca donde las velas se mecen con el impulso de la voz que sostiene la noche en el misterio de hojas sedientas.
Ella habla de lo que siente, no tiene que armar una metáfora para perfeccionar forma y contenido. En medio de los recorridos de estos poemas hay una luz que ilumina, solo que por momentos el escenario es apenas un reflejo tenue que permite la respiración. Hay naturaleza y en medio de ella el ser humano dando tumbos por el follaje mientras la autora aprieta un color de río en sus labios. Hay puertas que se abren y tropiezan con los imposibles para sacarlos del vacío, unos pájaros duermen y otros olvidan el canto. Mayra hace y deshace sus pasos en el arrojo de la palabra, mientras La Abuela regresa para servir la cena.