Cienaguas el verdadero Macondo
Autor: | Vidal Barrios, Víctor Hugo |
Colaboradores: | Avila Pérez, Alfonso José (Editor Literario) Herrera Lora, Rosa Alejandra (Coordinador Editorial) Avila Bustos, Camilo José (Diseñador) Hereyra Collante, José Luis (Prologuista) |
Víctor Hugo Vidal, el gran amigo, el escritor e investigador de Ciénaga, Magdalena, Colombia, es un hombre colosal.
Colosal en sus afectos familiares dedicados por entero al ejercicio del amor a esa mujer que lo ha acompañado toda la vida y los hijos producto de ese amor; colosal en el abnegado y diario ejercicio de la odontología “en medio del sopor de los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, y el vasto universo de la ciénaga grande, que según testimonio de los gitanos carecía de límites”; colosal en lo que se ha pro-puesto en este fresco latinoamericano llamado Cienaguas, en este mural cinético (evocando la obra plástica de Jesús Rafael Soto), atemporal e intemporal, donde se entrecruzan el ejercicio de lo mítico con lo real, y donde las figuras actúan (y no actúan) como reza uno de mis poemas: “Cuando los seres de los mutuos sueños nuestros / se pasaban de una escena a otra / como en estudios de cine sin paredes / y caminaban por las praderas o las aceras / que hoy / —de cualquier forma— / quieres convertirme en ajenas.”
Comienzo a barajar más nítido; comienzo a traducir a un solo lenguaje de vasos comunicantes subterráneos la aparente torre de babel que es Cienaguas, aparente torre de babel para los lectores-hembra, como los llamaba Cortázar, y que no son más que las aristas de un delicado y sentido prisma que arroja una sola sumatoria de los componentes de la luz.
Por un lado está el origen semántico de Ciénaga, Sienagua, Ciena-guas. No solo la ciudad-pueblo del Caribe colombiano, herida aún por el recuerdo de La Masacre de las Bananeras, sino el hervor de lo mítico en las figuras de la epopeya garciamarquiana rasgada como un velo por la saga de los Buendía y la inquietante investigación que resalta a grandes y totalizantes pincelazos, y abarca la cronolo-gía de la mayor parte de las investigaciones más notables realizadas por colombianistas norteamericanos, arqueólogos literarios colom-bianos, españoles y de otras latitudes, hasta llegar a la ponderación, rescate y exaltación de una obra insospechadamente importante pa-ra descifrar esas verdaderas claves de Melquíades, que es el trabajo de toda una vida del gran escritor, dramaturgo e investigador cie-naguero Guillermo Henríquez Torres, a quien, a través de las pági-nas de este jardín de las delicias que es Cienaguas, de Víctor Hugo Vidal, se le da la inmensa importancia que merece y que Víctor Hu-go demuestra con creces y sitúa dentro de lo ineludible para enten-der los orígenes de esa saga del realismo mágico que es la obra de Gabriel García Márquez.
Desde el título, Cienaguas-Nivola, nuestro autor llama poderosa-mente la atención sobre el hecho de que este libro sería inclasificable dentro de los órdenes normales y acostumbrados de los géneros lite-rarios encasillados como novela, cuento, poesía, ensayo, etc. Y nos obliga a remitirnos a don Miguel de Unamuno, ya que Nivola es el neologis-mo creado por Miguel de Unamuno para referirse a sus propias creaciones de ficción narrativa, para representar su distan-cia con respecto a la novela realista imperante a finales del siglo XIX. El término nivola aparece por primera vez como subtítulo de la obra Niebla, del propio Unamuno. Con esta denominación, el escri-tor quería expresar su rechazo hacia los principios dominantes en la novela realista: la caracterización psicológica de los personajes, la ambientación realista, la narración omnisciente en tercera persona...
Para nosotros, Cienaguas es algo más, y, además, algo más inclasificable. En su génesis concurre la figura mítica del Patriarca don Joaquin Casamayor Benet, cubano de nacimiento, cienaguero de adopción y de vocación, ingeniero civil de aspecto europeo, casado con cienaguera y determinante para el desarrollo de la región bananera y del país, por su contribución a la creación y establecimiento de los ferrocarriles nacionales como abrebocas a la modernidad y el ven-cimiento del rudimentario oscurantismo tecnológico. A través de esta figura, como un alter ego, se va desarrollando la obra, que trasciende el devenir histórico de Ciénaga a través de sus monumentos y su arquitectura, entrelazando la idiosincrasia de un universo humano latinoamericano, enclavado en el duro y olvidado trópico, con las oscuridades y los miedos medievales, e incluso transmutan-do con una magia alquímica estas “realidades” con el oscuro sopor con el cual se ha estremecido el corazón humano en la noche de los tiempos. Así, Víctor Hugo Vidal, más como un director de orquesta, entrelaza los instrumentos de las supersticiones con el duro y solar tráfico diurno de sus personajes, donde también asisten —como en una mascarada— los personajes de Cien años de soledad, como relatores punzantes de momentos que les concurren. Asimismo, Cienaguas es un breviario, un collage poético-ensayístico, un vademécum literario del Boom latinoamericano y puede tornarse en una deliciosa obra didáctica de literatura latinoamericana antes del, en el y después del Boom.
Para enmarcar primorosamente esta obra, Víctor Hugo Vidal es además un sólido artista plástico, con una paleta de vivísimos colores que se me ocurre tienen un obligado antecedente ilustre en los colores ingas del profundo Putumayo plasmados por Jacanamijoy, por lo que este libro lleva los primores que han marcado en efusión cromática sus anhelos y sus obsesiones.
Por último, y más como un abrazo fraterno y una copa elevada al cielo infinito, agradezco esta invitación de Víctor Hugo Vidal Barrios a la revisión, corrección de estilo, edición y la realización de este prólogo, pero más aún valoro su invitación a publicar dentro de estas páginas mis modestas palabras sobre nuestro común amigo, el escritor Elías Eslait Russo y el cuento de Elías “Apología del Diez”, el cual atesoré durante muchos años desde el día en el cual me lo dedicó, porque en estos tiempos de vacío moral y de ausencia de sentimientos es bueno resaltar que la gran literatura no puede ser un artefacto frío y organizado mecánicamente en serie sino el producto de los más profundos y altos sentimientos con los cuales nos ha sido dado a los seres humanos enfrentar la injusticia, la muerte y el olvido.
José Luis Hereyra Collante