Reseña

Aún es posible verlo, allí adentro, con su timidez o su naturalidad. Ni siquiera la gravedad de los años ha logrado anularlo. No desaparece del todo: en el adulto queda una silueta que se desplaza y se divierte. Como ente corporal bífido, hay dos extremos: la del niño que no se ha ido y la del adulto que ha llegado («En nuestra alteridad nos reconocemos», dice el autor de La seriedad del niño que juega). El poeta Florencio Quintero expresa su poética desde la meditación y la flexibilidad del verso: líneas dinámicas, entrecortadas e incisivas. Este carácter le da una corriente lúdica a su escritura, condimentada con citas, menciones y aficiones literarias y musicales (Bécquer, Mutis, Hemingway, los Beatles, Calderón, Kurt Cobain, Plath…). Sería muy fácil plantear una autobiografía mínima en este libro, pero no queremos reducir sus cualidades y posibilidades. La voz poética, en este caso concreto, es un viajero del tiempo que mira su propio pasado: «Hoy atrás quedaron mis sueños de cohetes». Lo que vemos no es únicamente “el niño que juega” sino la aparición de una imagen, una sucesión de fragmentos (recuerdos). La seriedad, ya lo sabemos, es más que una actitud.