Reseña

El debate sobre las bondades y limitaciones de la educación no presencial no es nuevo, como no es nueva tampoco la educación no presencial. Primero se dio, de manera marginal, como un esfuerzo para aumentar la cobertura de la educación primaria. Y no suscitó mayores cuestionamientos, tal vez precisamente por su carácter marginal; en los ochenta llegó a la educación superior, en forma de educación a distancia, ahí la discusión fue mayor, más aún con el surgimiento y la incorporación a ella de las tecnologías de la información y las comunicaciones, propias del siglo XXI.
Y mientras el tema era aún producto de debate, mientras se discutía su conveniencia o inconveniencia, mientras las instituciones aún intentaban buscar los cómo, llegó la pandemia Covid 19 y forzó todo. De un día para otro, con mayor o menor preparación, con suficiente o insuficiente habilidad, con amplios o escasos recursos, la educación virtual fue un hecho consumado. Y ya no hubo más la prerrogativa de incluirla o no, había que hacerlo.
Y a partir de ahí surgen debates importantes. Haber sido real, si bien legitima algunos de sus aspectos, genera cuestionamientos sobre otros. Y el debate es importante pues no se trata, aunque pueda existir la tentación, de pensar en ella como la panacea, como la receta precisa para la masificación de la educación; o de confundir los roles, de repensar al docente como un facilitador técnico de unos procesos tecnológicos.
Y ahí radica el valor de este documento. En él, Carlos Alberto Quintero y Perucho Mejía nos ofrecen una amplia reflexión sobre estos temas. El primero lo aborda desde el cambio de paradigma —centrando su perspectiva en lo que acertadamente ha llamado el don de la ubicuidad del aprendizaje—, y en dos aspectos fundamentales, la investigación en ciencias sociales y la práctica pedagógica. El segundo, mediante dos reflexiones construidas a partir de una misma relación base, la del arte con la pedagogía, primero en relación con la ecología, luego con la filosofía.