Signo, razón y emoción del sujeto sensible
Autor: | Trillos Pacheco, Juan José |
La historia de la civilización humana señala, desde el momento mismo en que el hombre tuvo conciencia de sí, su proclive carácter comunicativo, inherente a su condición social, desarrollada hasta alcanzar un alto grado de perfección. Las cuevas de Lascaux, en Francia y las cuevas de Altamira, pinturas grabadas en las paredes de grutas y cavernas hace más de 20.000 años son evidencias que dan cuenta de la acción comunicativa caracterizadora de esta especie.
La pintura rupestre, la escultura y el arte funerario en el pasado constituían un poderoso ámbito de reflexión sobre el mundo y se constituyeron en mediaciones o esferas semióticas que hablaban de la forma como el hombre se comunicaba con el universo y la manera de la existencia misma dentro de dicho universo, así la expansión de técnicas que han dotado al arte para crear imágenes iconográficas hoy es cada vez más sofisticada porque el hombre ha descubierto en la iconografía un mecanismo para representar su intimidad, su subjetividad y colocarla a dialogar con otros en el escenario público, deviniendo ello en una tradición iconográfica que en el espacio urbano adquiere cualidades y características muy variadas.
Así por ejemplo en las iglesias y templos se encuentran una diversidad de iconografías religiosas, en las plazas públicas se dinamiza una iconografía referida a la historia de héroes y mártires de la patria que construyen la identidad histórica de las ciudades, pero también en esa plaza pública el ciudadano inscribe imágenes para dar testimonio de sus angustias, temores y afectos, al igual que en los cementerios, en los cuales aún se pueden apreciar imágenes iconográficas evocativas del carácter espiritual del hombre.
El espacio urbano es para el ciudadano una especie de andamio del cual cuelgan las imágenes identitarias que representan su cultura, y en últimas vendrían también a representar su subjetividad. Se halla en el andamio urbano iconografías procedentes de una variedad de contextos y lenguajes, es el caso de los cómics, la televisión, la publicidad, el cine, la tradición iconográfica judeo-cristiana, la fotografía y la publicidad integradas en un discurso de carácter icónico-verbal, y que los sujetos enunciantes aprovechan para construir mundos simbólicos en los cuales media lo patémico, es decir, el querer y poder conmover a alguien.
Así, el álbum familiar, antes confinado a la semiosis del espacio privado o al mundo primordial, hoy hace parte de lo público al lado o junto a la iconografía fotográfica que es amplificada y colgada en el espacio urbano – carrocería de buses, paredes, puentes, esquinas de tiendas de barrio, pick Up, chazas y quioscos de los mercados – son tatuados con imágenes de la familia y la iconografía del cómic animado que proviene de la cultura estadounidense, fundamentalmente de la industria hollywoodense, que los ciudadanos han hecho suya incorporándola a su cotidianidad; se identifican con esta iconografía y la convierten en un espejo en el que se reconocen, como dice Lacan en su teoría de los espejos,