Inclusiones y segregaciones en educación
Encuentros entre docentes y psicoanalistas
Autores: | Ahumada Yanet, Lizbeth Coccoz, Vilma Seynhaeve, Bernard Lacadée, Philippe De Halleux, Bruno Maleval, Jean-Claude Harari, Clarisa Caicedo Obando, Lilián Lucía Fernández Moreno, Aleida |
Colaborador: | Caicedo Obando, Lilián Lucía (Editor Literario) |
El quehacer de la educación pensada en un «para todos» es un rasgo distintivo de las instituciones educativas; su proyecto (el de la escuela) implica que, en medio de las diferencias constitutivas, todos se vean implicados de alguna manera en algo que les sea común, que favorezca el formar parte de algo, de un colectivo. Esto no exime de tratar con la singularidad de los estudiantes. La diferencia, como aquello que infringe lo regulado, afortunadamente, distrae a los profesionales de la norma establecida, siempre para inquietar las miradas y, algunas veces, para favorecer interrogantes que movilizan al trabajo. La labor de la escuela, y en ella la de los maestros, no es clínica o terapéutica: el trabajo del educador es pedagógico, aunque a veces, ante la ausencia o imposibilidad de tales figuras, se requiera «improvisar». El apoyo de los profesionales, desde sus propios saberes, y centrado en el niño, es decisivo. Como dice Lizbeth Ahumada, se requiere ser «dócil al padecimiento humano». No hay norma que pueda hospedar una respuesta satisfactoria para todos. Se necesita un trabajo en que cada niño se encuentre, y ojalá con la posibilidad de vivir con otros, a la manera en que la singularidad de cada uno pueda hacerlo. El trabajo tienta a la normalización y ese parece ser un favor para la escuela, pero cuando se piensa en el niño, en el joven, la respuesta puede ser otra, variada, incluso la de que la escuela, la educación para todos deseada, no sea la mejor respuesta.