Reseña

En estos tiempos caóticos, donde pareciera que todos vamos hacia el mismo lado, donde la aparente individualidad nos hace justamente, iguales a los demás; en los que todos hablan de espiritualidad desde la comodidad de sus computadoras o teléfonos inteligentes, pero a la hora de demostrar ese control y poder espiritual muy pocos son los que se adhieren a lo que pregonan; donde todos como sociedad somos parte de una vorágine de consumo que nos tiene envueltos en un círculo vicioso de trabajar para comprar y de seguir trabajando para poder pagar...en un cuento que parece que nunca termina.
Y en donde, después de un tiempo algunos, los más atentos de todo ese mundo de gente autómata, se preguntarán:
¿Por qué es que algunos, muy pocos, están mucho mejor que yo?
¿Gente más plena, más satisfecha, más afortunada, más prospera...en pocas palabras, más feliz?
Si nos pusiéramos a analizar qué es lo que hacen estas personas que no hacen los demás, nos daríamos cuenta de que todos ellos tienen un común denominador: ¡Son gente de fe!


Y no solo hablamos de una cuestión meramente teológica que es importante y tristemente muchos lo están olvidando, sino de aquella fe que deberíamos de tener en nosotros mismos.
Lamentablemente, a través de muchas cosas que pasan dentro de este esquema social que nos está tocando vivir pero que, por supuesto, no es nada nuevo, se nos ha ido programando para olvidar quizás el más importante poder que como seres humanos tenemos: el poder de la mente, de nuestra mente; del poder que tenemos cuando hacemos conexión entre lo que queremos y lo que hacemos para merecerlo.
Afortunadamente, nunca es tarde para comenzar.
Te invito a redescubrir el gran poder que posees; cuando lo vivas, jamás volverás a ser la misma persona de antes y, como onda expansiva, la gente a tu alrededor comenzará, también, a retomar el camino de la plenitud, de la prosperidad, de la felicidad.

Es mi sincero deseo... ¡Hazlo tuyo!