Flagelación y Entredicho
Autor: | Sarmiento Fontalvo, Roberto |
Alguien, como inspirado por los poemas de Mario Benedetti, reflexionó en los siguientes términos: ¿Cuál será el misterio que esconden las golondrinas de Santo Tomás que cautivan con su vuelo a quienes las observan? Parece que en aquel cielo azul tomasino, el viento las estimula para que vuelen como si quisieran alcanzar el Espíritu Santo que las ilumina. Pero en tinieblas, ¿qué nostalgia sentirían las viejas torres de la iglesia si las golondrinas se marcharan algún día y no volvieran? Aquel día sería muy triste, sin duda. Si las golondrinas desaparecieran, la brisa las llamaría para que alegraran el cielo por donde vuelan raudas. Las golondrinas tomasinas hacen círculos en el cielo como si desde allá estuvieran viendo con cariño a los feligreses tomasinos. ¿Por qué será que estos las ven tan hermosas? ¿Será por la placidez y el sosiego que les transmiten cuando vuelan en medio de la brisa?
Aquel 12 de abril, un Viernes Santo tomasino de 1968, las adorables golondrinas no se acercaron al templo. Muchas de ellas no volaron alegres por el cielo azul para enamorar con su vuelo a las viejas torres de la iglesia, sino que lo hicieron a ras del suelo, a dos metros de altura; otras, como desconsoladas, se colocaron, unas al lado de las otras, en las redes eléctricas de la plaza. Y algo insólito: estaban como desconcertadas cuando llegaron al cementerio y a la Calle de la Amargura.
Las sensibles golondrinas se entristecieron ese día cuando vieron las calles tomasinas con más de cuatrocientos policías que con sus armas en aquel punto de partida querían golpear y cortar el paso a los flagelantes que con sus mandas querían ofrecerle su sacrificio a Cristo. Y se entristecieron mucho más cuando vieron a aquellos desadaptados “feligreses” que al llegar la noche forzaron y abrieron las puertas del templo y en solemne procesión de Viernes Santo pasearon por las calles del pueblo a algunos santos de la parroquia sin sus vestiduras.
Hecho tan deplorable que hasta las golondrinas parecían condenarlo, espantadas abandonaron aquel lugar inmediatamente.
Aquella turba había salido despavorida, presa del pánico, cuando varios agentes de la policía, de un grupo de treinta uniformados, dispararon cinco proyectiles al aire para dispersar a la multitud de la plaza.
Una de las personas responsables de aquel acto vandálico fue aprehendida y puesta a disposición de las autoridades. Por otra parte, alguien embriagado –ufanándose de ser el sacerdote en testimonio de adoración a Cristo– se colocó la sotana del cura en plena procesión.
La Iglesia católica dijo que fue un acto sacrílego, una provocación desmedida, producto de la embriaguez de “feligreses” desadaptados y que la piedra del castigo recaería sobre ellos y el pueblo con el “entredicho”.
Sanción que fue apelada por el pueblo, considerando que la provocación primero fue generada por la misma Iglesia y no por los flagelantes, que con dolor debían pagar sus mandas a Dios y a Cristo y que se tuviera en cuenta que aquella noche fueron unos pocos los que protagonizaron los desmanes.
En aquel momento, las golondrinas volaron con rumbo desconocido. Salían asustadas del campanario, como si alguien hubiese tocado las campanas. Eran las cinco de la tarde. Como acariciadas por el viento, ese mismo viernes volaron hacia el cielo, como buscando aquellas nubes que a lo lejos se ven en el firmamento.