Corazón de Otoño
Autor: | Ardila Murcia, Omar |
La evolución de Omar Ardila como poeta ha sido subterránea, marginal y discreta, no sólo por sus escasas publicaciones, sino por su indiferencia respecto a la figuración en los medios, incluyendo el medio literario. Quizás influyó en ese bajo perfil, la conciencia que el joven poeta tenía de que su poesía estaba aún en una búsqueda primaria de temas y modos de expresión. Ese hecho se explica porque Omar Ardila se ha apartado desde el comienzo, de una espontaneidad lírica fácil y en el estilo de la -confesión- personal. Desde su iniciación, y aún en los momentos más difíciles de su escritura, se percibe en él la necesidad de expresar vivencias reflexivas que le sirvan de catarsis para vislumbrar una espiritualidad más serena y objetiva en medio de un país tan abrumador como la Colombia violenta, corrompida y frívola de hoy. Se siente caminando solo entre seres fantasmagóricos (ya que no propiamente entre prójimos, camaradas o hermanos) que han dejado la guerra, la miseria y la frustración, los cuales se mueven medrosos -temiéndole a los ojos de los muros-, escudados -en la máscara del transeúnte anónimo- o que saben que -es preciso callar para seguir en pie junto al dios que bendice los ejércitos-.
Estando aún en plena juventud, Ardila manifiesta una precocidad otoñal, ostensible ya en el título y en el primer poema, Ícaro en el vacío, donde dice que -despertamos en una galaxia envejecida- donde los cuerpos sin memoria son condenados a la muerte en la primavera de sus años azules-. Sin embargo, a diferencia del nihilismo y la impotencia reinantes, el poeta no se entrega y declara que en -el tiempo de la caída- es cuando precisamente podemos vislumbrar mejor -la ruta del ascenso-. Para expresar en forma adecuada esta voluntad de ascenso y de salir de los círculos viciosos del que vive para sí mismo, Omar Ardila rompe las estrecheces del verso tradicional y se abre a la amplitud flexible y ambiciosa de periodos largos y sentenciosos, que son más aptos para temas y vivencias que reconocen la presión y la amenaza (casi siempre macabra o dramática) de una -sociedad que resulta antisocial-. Progresivamente, el poeta accede hacia el final del libro, a experiencias más significativas y entrañables: comunión con la naturaleza, la superación del mito opresivo de Dios, la inocencia sabia de los aborígenes.
(Eduardo Gómez)