Libertad de Expresión: ¿Oxígeno para la democracia o gasolina para el odio?
Autor: | Sánchez Iregui, Felipe |
Este libro es un viaje al corazón de una revolución silenciosa: el cambio en la forma en que
los ciudadanos vigilan el poder y en cómo los funcionarios y personajes públicos reaccionan
ante ello.
¿Hasta dónde llega la libertad de expresión? ¿Puede una opinión convertirse en una condena
social irreversible? ¿Cómo equilibrar el derecho a la crítica con el respeto a la dignidad
humana? ¿Es legítimo que el poder use la maquinaria judicial para callar la crítica? ¿Dónde
termina la sátira y comienza el hostigamiento? ¿Cuánto poder tienen los medios para moldear
la opinión pública? ¿Se ha convertido la prensa en un arma política? ¿Qué pasa cuando la
censura no viene del Estado, sino de las mismas plataformas digitales? ¿Quién decide qué es
aceptable decir y qué no? ¿La cultura del repudio en redes es un mecanismo de justicia o una
forma moderna de linchamiento social?
La historia nos ha demostrado que quienes ascienden a posiciones de poder bajo la bandera
de las libertades absolutas rara vez están dispuestos a soltarlo. La Constitución de Weimar,
considerada en su momento un hito de apertura democrática, terminó siendo el vehículo
que permitió la consolidación de un régimen totalitario. La paradoja de la tolerancia de Karl
Popper nos recuerda que, cuando no se establecen límites, la libertad puede ser utilizada
como herramienta para destruirse a sí misma. Hoy, ciertos actores políticos, en nombre de la
democracia, buscan perpetuarse en el poder y controlar el discurso público, restringiendo el
mismo derecho a la crítica que los llevó hasta allí.
En estas páginas exploro estos debates sin miedo a la incomodidad, sin concesiones ni
censuras, porque la democracia se nutre de la transparencia, pero también del derecho a
la defensa y al olvido. Aquí expondré los casos en los que la crítica, disfrazada de legítima,
se convirtió en persecución; donde la sátira se enfrentó a intentos de censura, y donde la
justicia se usó no para proteger derechos, sino para castigar a quienes incomodaban al poder.
En la era de las redes, todos hablamos, todos escuchamos, pero, sobre todo, todos estamos
expuestos.