Reseña

Cierta mañana despertaron mí curiosidad unos lejanos gruñidos en el jardín trasero, espacio para mí vedado, por tratarse de uno de los lugares y pasatiempos de la señora Aurora, dedicado especialmente al cultivo de flores tropicales y de la región. Desde un balcón del segundo piso pude ver a Agatha en un frenesí de corretizas, destrozos y brincos, que lanzaban al aire remolinos de pétalos y hojas, descuajaba tallos y raíces, y brincando en posición vertical hacia alturas mágicas, alcanzaba en el aire algunas de las flores que bailaban en aquel torbellino de fiestas y algarabías.
Sin pensarlo mucho me arrojé velozmente por la escalera hacia aquella oportunidad única de protagonizar y dibujar alegres momentos para la historia. Llegando a los surcos cuidadosamente formados que aún no destruía Agatha, tomé la iniciativa de incorporarlos al lento ciclón de flores con los más variados tonos grises que jamás hubiese visto, disfrutando a placer de olores desconocidos pero muy placenteros, y saboreando por primera vez leves aromas a miel y otras especies desconocidas. Estrené mis primeros saltos ondulados y durante incontables segundos inventé una danza provista de inefables ritmos y pasos, mordiendo y desgarrando el aire y algunos capullos que todavía permanecían viajando lentamente en esa dimensión de tibios vientos.

TASHA