Reseña

Entre los campos, espinosos por las alambradas y saturados de piernas y brazos sueltos como simples ramas desprendidas de los árboles, la tierra tiembla cada tanto por el choque de cohetes y la maleza vuela por los aires de la noche oscura: Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro. Escudo y adarga es su verdad, susurra Chucurí.

Ahí estaba Jaramillo Rojas enseñándome que a quien toda la vida yo había llamado con desprecio “mercenario”, persona que de la muerte hace negocio, era tal vez un “legionario”, uno que podía tomar las armas por un sentido de justicia, o por una promesa redentora, o por verdadera vocación militar o, cosa que me dejó pasmada, por hallar la propia paz aun en medio de la guerra. [...] G. Jaramillo Rojas me ha recordado en este texto que un cronista, al igual que un legionario, lo es por vocación: sabe que carga no con la responsabilidad de ser testigo de la historia, lleva el peso de narrarla. De contar el matiz, de hallar el rasgo esquivo que nos vuelve universales. Jaramillo lo encuentra, y quien lo lea sabrá que ha cumplido con el mandato.
Andrea Aldana