Reseña

En las entrañas de un país, olvidado por el tiempo, más allá de los mapas y la memoria, yace un pueblo devorado por el miedo y la desesperanza. Sus calles de polvo y casas con techos que se desmoronan, guardan los secretos de una comunidad que un día soñó con la libertad. Pero esos sueños se han convertido en sombras alargadas que se arrastran al caer la noche, cuando el eco de disparos y gritos quebranta el silencio, recordándole a cada habitante que el horror es su único amanecer.

Este lugar, rodeado por montañas imponentes que parecen alzarse como murallas de una prisión invisible, se encuentra bajo el puño férreo de un hombre cuyo nombre es susurrado con temor en cada rincón: Enzo Santorin. Gobernante y verdugo, su presencia se extiende como una mancha oscura que contamina cada rincón de este paraje olvidado. Bajo su mando, la corrupción no es solo una norma, sino la única ley que rige. Las autoridades, con uniformes manchados de complicidad, han sellado un pacto de sangre con el sátrapa, quien ha convertido este rincón del mundo en su feudo privado, un reino de crueldad donde el precio de la vida se mide en balas y sobornos.

El pueblo, otrora fértil y vibrante, ha sido asfixiado hasta el borde de la muerte. Las cosechas se marchitan, no por la falta de lluvias sino por la falta de esperanza. Las familias viven encerradas, escondiendo a sus hijos de los ojos vigilantes de aquellos que patrullan las calles, hombres de rostros curtidos y miradas vacías que responden solo al mandato del tirano. Aquí, las desapariciones son tan comunes como el sonido del viento que arrastra el polvo y las promesas rotas.