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ISBN 978-628-01-6388-8

Las Tres Volantas

Autor:Periñán Lombana, Orlando
Editorial:Periñán Lombana, Orlando
Materia:15 - De obras de lugares específicos
Clasificación Thema::D - Biografías, literatura y estudios literarios
Público objetivo:General / adultos
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2024-12-10
Número de edición:1
Número de páginas:100
Tamaño:10x16cm.
Precio:$10.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña

En 1870 sólo había en la ciudad, dedicadas al
servicio público, tres volantas – antiguas
calesas—tiradas por escuálidos caballos.

lAS tres volantas, calesas o carricoches,
pertenecían a don Catalino Gulfo, otra a
Damián Méndez y la tercera a Thomas Gray.

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Mas decimos mal cuando aseguramos que uno
de los susodichos vehículos era de propiedad
de don Catalino Gulfo, porque estudiado el
asunto desde cierto punto de vista, el
verdadero dueño de volanta y caballo, era el
cochero que los manejaba, un mestizo que
respondía al nombre de Rafael Piñeres y que el
pueblo había apodado “el diablo en cuba”.

Lo del diablo está bien, porque Rafael tenía el
don de ser hábil domador de caballos; pero el
complemento del sobrenombre, esto es, en
cuba, no hemos podido averiguarlo por más que
en ello nos hemos empeñado.

Para el diablo en cuba, nada más sencillo que
someter a su voluntad un potro rebelde o
freno, silla y espuela, bastábale para ello
acercarse poco a poco al animal, fijas en él la
mirada, y cuando ya lo consideraba algo así
como hipnotizado, le pasaba las manos por la

cabeza, le sobaba el lomo y le suavizaba la cola.

Arisco al principio, el indómito terminaba por
quedarse quieto y dejarse manosear. Cuando
el diablo en cuba juzgaba el momento
oportuno, saltaba sobre el potro, sin ningún
apresto de montar, apretábale el vientre con
su robustas piernas, asíase de las crines y
lanzaba un grito gutural. Sorprendido por el
ataque, el animal resoplaba violentamente y

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saltaba con nerviosidad; pero las piernas del
domador contenían los ímpetus del potro y le
obligaban a aquietarse por el momento. Con
otro grito la, bestia corveteaba durante otros
minutos, y luego, sudorosa, parpadeante,
azotando el aire con la cola, se quedaba inmóvil,
sometida a la voluntad del jinete.

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