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ISBN 978-628-96453-2-3

Tiendas del girasol

Autor:Londoño Rodríguez, Jaime JAvier
Editorial:Editorial Domingo Atrasado S.A.S
Materia:861CO - Poesía colombiana
Clasificación Thema::DCC - Poesía moderna y contemporánea (desde 1900 en adelante)
Público objetivo:General / adultos
Colección:Cantos rodados
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2024-09-19
Número de edición:1
Número de páginas:110
Tamaño:14x21cm.
Precio:$40.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña

Tiendas del girasol



Existe un camino de epopeya que atraviesa el oscuro viaje a través de las peripecias del pasado, la presencia del alcohol recobrando los monstruos de la inconciencia y del tiempo. Esta analogía confluye y siembra las horas frágiles entre las tiendas del girasol.
La cosecha mágica se difumina entre el vaho musical dentro del sueño, cuando los visitantes observan desde el rojo carbón la penas del hollín.
Así como nos atrae la embriaguez al evocar la pésima odisea que se esgrime con Circe al cobrar la cuenta de helio, se vislumbra una suerte de Ítacas fracasadas en la composición poética de Jaime Londoño.
En esas imprentas de fabulación sobre el brazo ebrio de Ulises, se urden las trampas de la ensoñación al recordar a Telémaco entre las batallas sin tierra, por la ebriedad. Los navíos atrasados de la alucinación se espantan bajo los reflejos al germinar en palabras incomprendidas sobre los retazos que dejan en la memoria las charlas sobre la espera de Penélope.
El autor de “Tiendas del girasol” vaticina en el poema Ítacas que cada tienda es una Ítaca vieja de la historia por su viacrucis de calles vestidas de tizne y lasitud. De esta manera los girasoles desobedientes se cierran al despuntar el alba, cuando los alcoholes se enmarañan entre los gestos que lanzan hacia las otras Penélopes.
En Tiendas del girasol la imagen poética se caldea, crepita, se labra en erupción sobre letras de fuego y arde en frutos de libros encendidos, cuando el polvo de los días rastrea las horas.
Esta invención de la magia, baila un tango al circundar el otro silencio que lo habita entre la tienda y el piélago al encender la melodía añorada por la brisa.
En la tienda germina la brisa / piélago absoluto, armonía de flor que enciende el vuelo. / Bailo con tu sombra que tañe / y ofrenda la vieja melodía desde tus pies, / desde tus manos que suben / como añoranzas merecidas. /.
Esa pérdida del Edén se perfila en la tripulación de Malcolm Lowry, en el colofón apiñado en el tímpano, llueve alcoholes dentro de una gravedad constante, lírica sobre el anochecer tirano, ebrio de negritud congelada al deslizarse en las risas estridentes de la danza.
Es podría decirse el coloquio del poeta con los deseos brillantes que cuelgan en las vitrinas, como cantos ausentes conmemorando un rito de nada. Anotando el secreto vicio de los anhelos rescabrajados, en desuso por el hálito de una esperanza interrumpida. Pero también son los ecos de psicodelia de Pink Floyd cuando los destellos se tornar bebiendo Another brick the Wall con la imprecisión de una piel sospechosa, presa entre el cobalto desbocado de lejanías ebrias de The dark side of the moon.
Bebo sin recato Mother, / la vida deja de ser elixir pasajero, / ahora es piel soñada, / vientre liberado. /.
Es allí donde el poeta se ve azul en cada fibra que emana su alma vagabunda al beber y bailar sobre los amargos tragos que nacen antes de que llegue la muerte. Y desde ese decoro con horribles ornamentos el poeta predice la blanca y triste lobreguez del sepulturero, en donde sólo queda la gusanera, ya que en ellos no brilla la luz perpetua.
En su poema en prosa “Boticas” Jaime Londoño dice que “Las tiendas son boticas donde se cura el hastío, el dolor de historia en el costado, el desandar de la memoria, los abscesos geográficos”. Más que una certeza, es el alivio para el alma trastocada, arruinada sin el deseo de contar sus dolencias. Una sensación dolorosa determina ese espacio asombroso al recorrer el peso de la llaga al transformarse en letanía, a voz de difuntos, a tríos pordioseros con sabor a tiendas del girasol.
En su “Reloj” a quien la longitud se mide con el beber, hilando pensamientos difusos o tufos vacíos, el poeta se transforma en la clepsidra por el esbelto sabor del mezcal entre trago y trago, al verse levitar en donde las palabras recuestan sus hombros en un tiempo a otro, ya que en el reloj deambula un sol de sombras que se aferra al universo de los ecos entre la risa que se saborea manchada en la mesa.
/ Bebo y al beber mido la longitud de la nada / hilando entre pensamientos difusos / el tufo vacío / que sube por las piernas / de la esbelta caricia de mezcal. /.

Desde esta concepción se presiente el movimiento de las grandes devastaciones en la hermandad del libro de poemas Alcoholes del francés Guillaume Apollinaire, ya que lo fundamental es la expresión libre del verso, sin ataduras ni parámetros de medidas. Al contrario la revelación se junta con la memoria para mezclar entre alcoholes el tenue aleteo de las balaustradas en las tiendas del girasol.
/ La memoria se balancea bajo la luna cálida al ir por las aceras. / El manto amarillo de la tienda girasol la envuelve y le musita secretos de baile. / .
Ese caminar pendular sobre el rostro de la tienda, contempla sin prisa, el traje ataviado que lánguidamente emprende el viaje hacia ningún lugar.
En su “Tiendas del girasol” el yo poético observa que en la botica todo se apacigua, se viste de alcohol sereno, para luego ahogarse en el ojo del girasol y así comprender la simbología que trasciende en el tiempo de Van Gogh, Cézanne, en los poetas en la luz del relámpago, al hablar del silencio negro que sigilosamente deambula por los bordes de la sed.
Ese silencio noche, se encuentra conducido por los secretos, los misterios que cobijan la misma sangre de los iluminados de palabra, arte, locura y alcoholes que tiñen o entrevén el triste asfalto de la afonía.

Wilson Díaz
Bogotá, junio 2024

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