Nuevas rutas para lugares remotos
Autor: | Castillo Torres, Patrizia de Jesús |
Desde que Rosario murió le fueron arrebatados no sólo su presencia discreta, sino su cariño, que se manifestaba en el afán genuino de consentirla. Ya no tenía quien le preparara la inigualable crema de pollo, ni los espaguetis al burro con ese transgresor saborcillo a ajo. Tampoco contaba con nadie que la descifrara a la perfección. A través de los años de servidumbre en la casa paterna, Rosario y Victoria, tan distintas, habían construido una amistad fraterna. Las confidencias surgidas en los insomnios compartidos salvaron las distancias sociales. Ahora que Rosario no estaba, Victoria podía afirmar que siempre lo había intuido: ella era un alma vieja de esas que poco duran en la tierra. Cuando la enfermedad se desencadenó, supo que sería fatal, muy a pesar de todos los alentadores pronósticos. Rosario no podía seguir en este mundo con su desapego por lo terreno y su incapacidad para enamorarse, tan contradictoria y difícil de concebir en alguien como ella, dispuesta a darlo todo de sí. Era un ser único de manos suaves y exquisitas, la mirada diáfana y ese andar pausado, pesado, en discordancia con la liviandad de su espíritu.