De corazón, crónicas de una odisea
Autor: | Secretaría De Salud Distrital De Bogotá |
Colaborador: | Duplat Ayala, Tatiana (Compilador) |
El 11 de marzo de 2020 la alcaldesa mayor de Bogotá, Claudia López, anunció que la ciudad estaba en alerta amarilla como un mecanismo para anticipar, preparar, atender y enfrentar a una pandemia global: el Covid-19. Lo que había empezado tan sólo como un simulacro, se convirtió en uno de los desafíos más grandes de la capital del país en los últimos 100 años. De un momento a otro, un gobierno joven, que llevaba menos de tres meses de administración, liderado por primera vez en la historia de Bogotá por una mujer, se vio enfrentado a una coyuntura en la que no podía evitar el contagio, pero sí podía trabajar para aplanar la curva de crecimiento y mitigar así el impacto sobre la ciudadanía y sobre el sistema de salud.
No se puede negar que si hace cinco años alguien nos hubiera dicho que una enfermedad iba a cerrar todos los aeropuertos del mundo, iba a detener la bolsa de valores, y nos iba a mantener aislados en casa, transformándonos en un potencial riesgo incluso para nuestros seres queridos, habríamos tratado a esa persona de loca. Tampoco puede negarse que el Covid llegó sin esperarse; o que pocas cosas han forzado, en épocas recientes, a nuestros expertos a nivel global a recalcular y a responder en tiempo real a un desafío de tal magnitud.
Las decisiones que tomamos durante cada uno de los días de la crisis, las tomamos con la mejor información disponible en cada momento, y entre todo el dolor que traen consigo, el Covid nos forzó a revaluar prioridades, y promovió la colaboración y resiliencia de nuestras comunidades. El tiempo que dan los tres años que han pasado desde que llegó la pandemia a Bogotá permiten resaltar algunas características de ese difícil momento.
La primera fue el temor. Temor a lo desconocido y a algo que no entendíamos del todo; para lo cual las recomendaciones iniciales variaban conforme a los descubrimientos y acuerdos de los epidemiólogos alrededor del mundo. Temor, también, a contagiar y a hacerle daño a nuestros familiares y amigos con condiciones más vulnerables, por el simple impulso de verlos y acompañarnos los unos a los otros. Temor a no estar preparados.
Cuando empezaron a llegar las noticias iniciales del virus desde Asia, primero como rumor, luego como verdad innegable, y después cuando vimos los sistemas de salud colapsar en el mediterráneo, con imágenes constantes de los médicos italianos y españoles pidiendo apoyo en los medios, se volvió primordial preparar una respuesta en materia de salud para evitar lo mismo. Esto, incluso al costo de otras áreas que sufrieron un fuerte golpe por parte de las cuarentenas y cargas hospitalarias. Y temor, también, a que una parálisis productiva rompiera mucho de lo que hemos venido avanzando en la construcción de nuestra sociedad.
La segunda es la revisión de prioridades. Una cuarentena se vive de forma distinta, e implica diferentes elementos en una sociedad con estratos sociales tan marcados como la nuestra. No es lo mismo guardarse en hogares reducidos a hacerlo en apartamentos espaciosos, ni hacerlo pidiendo domicilios a la hora de comer que sufriendo de hambre al no poder salir a trabajar. La pandemia resaltó y profundizó muchas de las desigualdades que colectivamente venimos enfrentando para reducir. Pero toda decisión de política pública se tomó de forma completamente consciente de lo que se estaba dictaminando, buscando evitar una crisis aún peor. Fue una época que nos forzó, también, a reinventarnos. A reinventarnos, por ejemplo, la relación de las EPS’s con las clínicas, y a priorizar el cuidado y la exigencia inmediata, por sobre los sistemas organizacionales o los regímenes contributivos o subsidiados existentes. A que cada Unidad de Cuidado Intensivo disponible, y cada prueba, estuviera a disposición de quien la necesitara con más urgencia, y no de quien tuviera un contrato, y a reorganizar el modelo para priorizar la vida. Esto último fue clave para alargar la curva de casos y ganar tiempo mientras equipábamos a nuestros centros de atención y se desarrollaba el sistema para contener la crisis de salud que vivíamos.
La tercera, resiliencia. Al inicio de la crisis, cuando apenas empezaba a saberse de los primeros casos en el país, a la Secretaría de Salud la llamaron diversas universidades a poner sus laboratorios a nuestra disposición. A pesar del riesgo o de las difíciles condiciones, mujeres y hombres de la salud trabajaron largas jornadas, sin descanso, para salvar millones de vidas. Se reforzaron también los lazos de familias y de comunidad, mientras se afrontaba un momento para el que ninguno se había preparado. El cuidado se convirtió en eje fundamental de nuestras vidas como nunca antes frente a un enemigo invisible que golpeó sin piedad a nuestras familias y amigos.
Lo que vivimos entre 2020 y 2021 sin duda nos marcó. Y sin embargo, es difícil conceptualizar un momento como este con solo mirar datos. Hoy, cuando casi está superada del todo la pandemia, son las voces y las historias de vida, como las cinco que encontrarán a continuación, las que pueden ayudarnos a entender lo que esta época realmente significó. Cuesta, sin ellas, imaginar cómo le transmitiremos el peso de lo que vivimos a las generaciones posteriores que no tuvieron la experiencia de vivir en la época del Covid.
Todo lo que hicimos, lo hicimos de corazón. En las siguientes páginas encontrarán las crónicas de una odisea que doblan como un recorrido vivencial a través de la pandemia en todas sus facetas, como la vivimos nosotros mismos. Iniciando por su llegada inesperada en la primera crónica: Afrontar lo desconocido, la prueba más grande; el manejo y la organización de los datos epidemiológicos en la segunda: Números que salvan; la expansión de capacidades del sistema hospitalario en la tercera: Un respiro para la vida; el reconocimiento de las pérdidas y las implicaciones de estas en: Dignidad hasta el final; y cerrando con la creación de la vacuna, relatada en la última crónica: Dosis de esperanza. Es por medio de los muchos testimonios compilados en estas páginas que podremos construir y conmemorar el momento.
Es cierto que en muchas áreas la pandemia significó retrocesos considerables: en educación de la infancia y en el sector productivo, por ejemplo. Las pérdidas fueron terribles. Pero me atengo a las palabras que la alcaldesa Claudia López repitió incansablemente durante los periodos más oscuros de la pandemia: Todo lo demás lo podremos recuperar, la vida no.