Reseña

La historia de ciudades como Cartago, Buga, Cali, por hablar de las vallecaucanas, no es igual a la de Tuluá. Las primeras tuvieron procedimientos fundacionales de normatividad hispánica, mientras la evolución histórica y urbanística de Tuluá tiene referentes absolutamente diferentes.
Por ello, se hace necesario indagar sobre los distintos estadios de su desarrollo, de tal suerte que las nuevas generaciones de niños y adolescente tengan unos contenidos epistemológicos basados en el rigor documental y en la erradicación de una cantidad abrumadora de anécdotas inconsistentes que se han difundido en las clases sobre historia local.
Según el investigador parisino, Jacques Aprile Gniset, los historiadores y cronistas de Tuluá han utilizado exposiciones de vaguedad que se han transmitido como instrucciones curriculares en escuelas y colegios.
Guillermo E Martínez Núñez, Guillermo E Martínez Martínez, José Hugo Ochoa, Joaquín Paredes Cruz, Francisco Gálvez Osorio, con más buena fe que conocimiento usaron frases como “parece ser”, “es probable que “, muy alejados del rigor científico de la historiografía.
Sólo Daniel Potes Lozano se salva del rigor crítico del francés, ya que este historiador tulueño investigó fuentes documentales en Popayán y Quito. Fernán Muñoz Jiménez, autor de un libro sobre Tuluá, llamado Historia democrática de Tuluá, de alguna forma reitera lugares
comunes que vienen de atrás como errores que los maestros y profesores enseñan a niños y adolescentes, como que Tuluá fue fundada en tal o cual fecha y que su fundador había sido Juan de Lemus y Aguirre. Gustavo Álvarez Gardeazábal en su obra La otra historia de Tuluá, comenzó a desmitificar el sartal de disparates que se han proyectado como una seudo- pedagogía, lesionando la solidez de nuestra crónica y la epistemología académica. No se trata de desprestigiar a autores que no investigaron fuentes documentales primarias, sino que repitieron conjeturas y suposiciones.