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ISBN 978-958-5538-44-3

La literatura, el límite y la extrañeza

Autor:Castro, Gabriel Arturo
Editorial:Fundación Domingo Atrasado
Materia:801.95 - Crítica de la literatura
Clasificación Thema::DSA - Teoría literaria
Público objetivo:General / adultos
Colección:Cuadernos anarquistas
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2023-03-10
Número de edición:1
Número de páginas:324
Tamaño:14x21cm.
Precio:$50.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

DE LA LITERATURA, EL LÍMITE Y LA EXTRAÑEZA
“La del poeta es una sed irisada,
una ceniza siempre inconclusa.
No hay más que satisfacciones adoptivas”.
René Char
Juan Manuel Roca
Inicio este prólogo a "La literatura, el Límite y la Extrañeza" retomando de manera fragmentaria un escrito que hice sobre "Ceniza Inconclusa" y citando, que no parasitando, unas palabras de Pablo Montoya acerca de los ensayos de Gabriel Arturo Castro donde señala que con él “se llena un vacío inquietante” en un país que “se envanece con escuetas reseñas vacuas o con herméticos textos de la crítica académica”.
Sus obras pretenden y creo que lo logra con creces, ampliar la realidad más inmediata con preguntas que provienen de una muy aguda mirada lectora, de una visión crítica y cerrera que, como en el viejo dictado de un aforismo de cuño romántico, sabe que “un crítico es un lector que rumia” y que por tanto “necesita varios estómagos”.
La diversidad de temas y el buceo por aprehender tantas capas de la creación y de la reflexión literaria y filosófica, capas que no calcan la realidad, sino que intentan su transformación, es algo muy propio de un género tan exigente como el ensayo.
El ensayo, bien se sabe, es un arte de sugerencias que desde un cúmulo de interpretaciones nos devela un mundo escindido, un mundo fragmentado que como afirma Luis Alfonso Ramírez Peña “impulsa la duda y la incertidumbre del lector”.
En sus ensayos breves o de largo aliento, de cierta naturaleza que no desdeña las vecindades con el aforismo, Gabriel Arturo Castro se desdobla en un intérprete de la realidad desde las artes. Y lo realiza además con una solvencia filosófica pocas veces vista en nuestra más reciente ensayística.
En su ensayo sobre "El homo ludens", sin darle la espalda a la paradoja y a no pocos sesgos irónicos o llanamente lúdicos, nos dice que "la desaparición o el ocaso de la actitud lúdica señala un debilitamiento de la capacidad de nuestra civilización para la fantasía y la fiesta". Por eso hay mucho goce en su escritura. Lo hace recordando a Jean Duvignaud: "el poder huye de lo lúdico, sólo trata eliminar lo que le aterra".
Resulta una constante paradojal el flujo de ideas de sus ensayos entre lo sacralizado y lo por desacralizar, el diálogo entre verdades estéticas y falacias reales, dos orillas que se miran y no siempre se repelen, más bien establecen diálogos, a veces como en el cuento de Joao Guimarães Rosa que funda una tercera orilla del río: la metáfora.
Agrada ver que este autor no reitera un repertorio de formas ni de contenidos. Despliega una amplia diversidad temática que atiende al entrevero de sus sentidos abiertos. Desde esos territorios imaginativos nos habla de una "locura ritual" que satisface los sentidos exaltados desde un cosmopolitismo que no es ni de lejos culterano. De ahí que la aparición de Novalis y su "vida secreta" o "la reflexión atormentada de Michaux" o "los grandes espacios de Giorgio de Chirico" o "las descripciones alucinatorias de Carroll le sirven para mostrarnos la vulnerabilidad de nuestra calcárea vida cotidiana.
En esta naturaleza fragmentaria, si se quiere nitzcheana, Castro produce breves ensayos como “De lo ritual”: “ante la fragmentación que nos persigue, la deshumanización, la enajenación, el genocidio en nuestras tierras, el arte y la poesía deben propugnar, según su original naturaleza del espíritu, por la humanización del hombre, por su emancipación”.
Desde muchos ángulos Gabriel Arturo Castro descree de quienes pretenden hacerse a una sola hegemonía estética. Y lo hace desde su carácter independiente, remiso a toda clase de ismos. Y desde allí nos recuerda a Gianni Vattimo: "la verdad no es una verdad de la historia, sino que es una verdad histórica".
Lo anterior puede rastrearse en el bello ensayo que realizó sobre “Poeta en Nueva York”, donde al develar la ceguera y la brutalidad de una naturaleza escindida, “denuncia” los rasgos teratológicos de una miserable condición humana.
La sombra luminosa de René Char, de su cenizario inconcluso, hace parte de un telón de fondo conformado por la develación de palabras sin amnesia. Palabras amnésicas pueden ser, me queda tras su lectura, las que por uso y por abuso han perdido su sentido, ¿cómo volver a habitarlas? El autor lo logra desde un lenguaje despojado y evocador.
La inspiración, un ángel como en Rilke, un duende como en Bertrandt, un demonio o una musa como diosa blanca, son espíritus que visitan la prosa limpia y sin artilugios de este poeta-ensayista colombiano.
Hay en las páginas de “"La literatura, el límite y la extrañeza", tanto como en "Ceniza inconclusa” una alteridad permanente en relación a una honda disrupción de sentidos e intuiciones: Godfried Benn, Aurelio Arturo, María Zambrano, Franz Kafka, Horacio Quiroga Héctor Rojas Herazo y tantos otros creadores nos hacen señales luminosas, desde sus hogueras.
He mencionado a Rojas Herazo y no puedo dejar de celebrar el texto de Castro sobre nuestro olvidado e inolvidable poeta y novelista. Ni olvidar tampoco su orfandad, siempre acompañada por un séquito de orfandades. ("Héctor Rojas Herazo, la Magia del Hacedor").
Para terminar esta breve nota acerca del bello y rumoroso libro del poeta Gabriel Arturo Castro quisiera reiterar la aguda, la vigilante observación del autor en la que afirma que “cuando la obra proviene de la creencia intensa, del éxtasis, del sueño y la fantasía, es imposible ponerle un punto final”.
Cierro estas líneas con admiración y por supuesto con mucha gratitud. “La literatura, el Límite y la Extrañeza” es un libro sembrado o mejor aún sembrador, de un catálogo de dudas y de luces a la vez. Podríamos hacer nuestras a propósito de este volumen las palabras de Montaigne: “Si yo estuviera seguro no ensayaría”.
Y agregar con Malraux que "todo gran poeta crea su mito"
En este libro hay un compendio de mitos, de grandes creadores de hitos que perduran en una memoria colectiva.

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