Reseña

TERRITORIOS DE DUELO

Juan Manuel Roca

Este libro de Rebeca Marsa habla de un territorio y de un estado que a lo largo de su historia ha vivido en un duelo permanente, muchas veces olvidado en la memoria, pero tatuado en su inconsciente, en un arsenal de hechos que repetimos una y más veces.
Es pertinente, me digo leyendo los poemas y cuentos de esta autora colombiana, recordar que la poesía es el espejo enturbiado de nuestra sociedad, como decía un poeta allegado al surrealismo que agregaba que cada poeta sopla sobre ese espejo y que su aliento lo empaña. Tan empañado queda el cristal que ya no recuerdo el nombre del autor de ese aserto.
Así ocurre con los lugares visitados por Rebeca Marsa: alguien “canta sus odios como sus fiestas”. Esto lo afirma de manera elusiva en su “Balada del doliente” y señala así la contradicción de nuestros mundos interiores. Mucha de su poesía se mueve en esa paradoja: si “nacemos viejos”, como lo señala en el poema que da título a su libro, crecer podría ser un intento de habitarnos de vida, pero también un desnacer.
En ese entrevero de imágenes en pugna, “se despereza el día” y la asaltan las preguntas: “Dónde está la escoba para barrer el viento? / ¿Dónde está el río que baña la mañana?/ ¿Dónde la tierra sembrada de hinojo?” En todo este periplo vital y doloroso nos asedia una suerte de metamorfosis inconclusa: “mi corazón vadea a punto de hundirse, / no llegará a ser mariposa”.
Seduce que la poesía de Rebeca Marsa tenga tal poder de evocación y agudeza que no se queda en lo meramente descriptivo. No sé por qué muchos piensan y lo creen con frecuencia que es más bella la descripción de un jardín que el jardín mismo.
Son también poderosamente atractivos los otros dos ámbitos que recoge esta edición de la colección “Respirando el Verano”. Si sus poemas se abocan a lo que Lezama Lima llamaba “el reino de la imago”, sus siete cuentos de tono coloquial y despojados de cualquier falsa retórica narrativa nos llevan de la mano por mundos cotidianos donde también la fiesta puede terminar en descalabro. “Anoche en la rumba” es un cuento donde la historia y la atmósfera vuelve a recalar en una doble condición propia de la ciclotimia que padecemos como nación.

“A la hora del café” atrapa nuestra secular violencia, que ha sido como un traje crecido sobre nuestro cuerpo desde la infancia hasta el siempre. Su habilidad descriptiva no excluye una poética que distribuye silencios, reposos y algunas cosas dichas sin decir. Este cuento nos depara una ingrata sorpresa siempre dentro del ámbito de fiesta y siesta, de fiesta y dolor. Nos “lanza al café un puñado de sal”.

Como cierre o remate, nos comparte el original cuento “Cacería” donde en un final abrupto nos recuerda “que Jack, llamado el destripador, quedó hecho pedazos”.

Merece la pena recordar la esclarecedora entrevista propiciada por el agudo ensayista Carlos Sánchez Lozano. Allí nos habla de su primera novela “Como perro sin dueño” (2017), y también de su paso por la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. Jalonada por las preguntas de Sánchez Lozano la autora nos recuerda que “la novela refiere un contexto social y político que sirve de telón de fondo para el accionar de los personajes”, que “Colombia ha vivido la mayor parte de su historia bajo los rigores de la violencia”, que la suya es una generación crecida bajo ese alar, que es una generación que vio cómo “de la cultura de la excepción se saltó a la cultura de la guerra sucia”.

Bogotá, 3 de enero de 2023.