Comunicación política en la esfera pública digital: Representaciones, poder y subjetividades
Colaboradores: | Acevedo Merlano, Álvaro Alfonso (Compilador) Chamorro Muñoz, Alicia (Compilador) Quintero León, Margarita (Compilador) |
El lugar de la prensa en la configuración del imaginario nacional integró proyectos hegemónicos que habrían
de materializar prácticas de estado1
y gobierno sobre territorios y gentes que no se conocían entre sí, pero que
además por su distancia geográfica y cultural podrían,
en alguna medida, pertenecer o dar lugar a otros procesos de identificación y movilización de nación (Anderson,
2006). Aun así, países como Colombia no han cerrado su
proceso de organización de un estado-nación cuyo consenso unifique sus pueblos. Quizás, algunos apegados a
la moral como único punto de partida para escudriñar
la realidad en su espacialidad y tiempo, dirán que allí
radica el problema, y entonces, los pueblos tendrían que
abandonar el sentido de lo propio para dar paso a la uniformidad de la pregonada unificación, o, por el contrario,
otros apelarían a la pureza genética y cultural como
elemento de virtud y orgullo. Al respecto y sobre ambas
posiciones queda un largo listado de preguntas sobre el
porqué de la pretensión homogeneizadora y segregadora
de no pocos pensamientos políticos en nuestra historia reciente, y el porqué se están fortaleciendo luego de las
victorias de procesos multiculturales y diversos sobre
otras esferas de la vida social.
No obstante, el temor al conservadurismo no es infundado y mucho menos algo menor. Aquellos que defienden
a ultranza la negación de los derechos y favorecen la
opresión de quienes cuestionan las prácticas y estructuras tradicionales de dominación, aun cuando estos
últimos también pueden ser interpelados, canalizan bajo nuevas formas, nombres y lenguajes su obsesión por
mantener o recuperar viejos órdenes.
Los últimos siete años han sido fundamentales para
comprender los cambios de la experiencia humana en
tiempos de la tecnología de internet, redes sociales virtuales y una cantidad enorme de medios y procesos de comunicación masiva. En 2015 se anunciaron tres procesos
democráticos que tuvieron serias implicaciones en sus
espacios en los años posteriores: la votación del Brexit, la
elección de Donald Trump en la presidencia de Estados
Unidos y la refrendación de un acuerdo de paz que habría modificado la constitución política de Colombia. En
los tres casos ganó, por la vía de los votos, la opción que
menos favorecería al mayor número de personas. Qué
pasó y por qué ya ha sido materia de numerosos análisis
académicos y públicos, unos más profundos que otros,
así como algunos en su apego al conservadurismo dieron
continuidad a las estrategias que condujeron a dichos resultados y provocaron el hundimiento de la opinión
pública en la desinformación. Sin embargo, una clave en
este punto sería preguntarnos por qué ganaron las opciones más conservadoras y menos plurales mediante la
democracia, entendida en parte como un proceso que, supuestamente, ha sido a pesar de su imperfección lo mejor
que hemos logrado como especie.
El problema no está, quizás, en la democracia y sí
en los sectores que la utilizan para impulsar proyectos
antidemocráticos una vez se instalan en el poder político o logran cambios retrógrados, así como han impedido
aquellos que podrían dar eventual solución a algunos
problemas. Nos enfrentamos ahora a una maraña de
términos, perfiles, códigos de programación y algoritmos
donde la confusión y el dislocamiento de las unidades
profundas de los problemas sociales, económicos, políticos y culturales distraen la atención hacia sofismas y
encadenamientos de falsedades sobre la realidad2. Así,
se ha querido establecer el derecho a la libre expresión
como equivalente a la promoción del racismo, la homofobia, la xenofobia, entre una larga lista de formas de
legitimación de la violencia y la opresión a quienes no
comparten los esquemas conservadores, blancos noratlánticos y heteronormados, entre una estela, quizás,
más amplia de estos términos. Equiparan el derecho a la autodeterminación sexual y afectiva y su demostración
pública a su derecho de un tercero a enojarse por ello
y establecen su libertad a cuestionar y violentar a los
protagonistas de la primera acción mencionada. Pero, si
estas violencias no son nuevas. ¿Cómo, dónde y por medio de qué se alimentan, expanden y “legitiman”?; el fortalecimiento de estas conductas violentas contra nuevas
garantías de derechos se han impulsado en simultánea
con el triunfo de estos tres proyectos antidemocráticos
mencionados atrás. Aunque, sobre todo, impulsado por
el fortalecimiento del miedo y el odio promovido por diferentes sectores conservadores que han sabido desinformar y tocar las fibras más sensibles de la moralidad
o moralina de la sociedad contemporánea. Han invitado
a no revisar la profundidad de los problemas y de forma
masiva a expandir premisas que significan retrocesos en
materia de derechos y libertades: “conceder y reconocer
derechos a quienes nunca los han tenido significa menos
derechos para quienes cuidamos las buenas costumbres
y somos gente de bien”; esta frase puede ser un leif motive rastreable en diferentes comunicaciones y actuaciones públicas de quienes lo suscriben.
A parte de la simulación de defensa de derechos que
denota lo anterior, considero importante centrar nuestra atención académica y crítica tanto en el fortalecimiento de movimientos antiderechos, como en los procesos y prácticas que éstos adelantan para movilizar sus ideas y, como todo movimiento, sumar más integrantes a sus causas. Estas redefiniciones de la acción política
en el sector conservador tienen efectos directos e inmediatos en la capacidad de comprensión y análisis de la
opinión pública frente a problemáticas y dilemas colectivos tales como: la legalización de las drogas, el aborto
como derecho, la eutanasia, la adopción homoparental,
la unión civil de parejas del mismo sexo, la distribución
equitativa de las fuentes de riqueza y la tierra, en un
largo etcétera. Empero, independientemente de nuestra
posición al respecto, la movilización de la emocionalidad basada en la moral ha impedido que mucha gente
entienda, desconozco que sean o no capaces de comprender, que ninguna de esas medidas obliga a nadie
a consumir drogas o a casarse sólo con alguien de su
mismo sexo. Su raciocinio es simple e ingenuo, escuetamente no quieren que nada de eso pase en su sociedad.
Pero ¿acaso no habíamos superado ya los totalitarismos
donde se evidenció la gravedad de suprimir las garantías de derechos? Resulta que, en este amplio prisma de
conservadurismo, existen aún quienes hasta imploran
el regreso del poder monárquico supremo y de las máximas autoridades eclesiásticas para controlar a quienes
nos hemos desviado de su rumbo y el de la idea de dios.
Sí, así en minúscula, siempre. En este esquema de legitimación de la intolerancia y
opresión del otro se ha acuñado el término de generación
de cristal para referirse, sin establecer un rango claro de
edades, a quienes cuestionamos aquello que las genera ciones jóvenes anteriores dejaron inconcluso o que permitieron en contra de las libertades y los derechos. Desde
luego, ha habido cambios de orden superficial que en nada transforman la base estructural de la discriminación,
pero eso no es argumento suficiente para invalidar la
deslegitimación del racismo y la violencia basada en género a la que nos habituamos en diferentes producciones
audiovisuales, musicales y literarias. Así mismo, quienes
desestiman estas críticas pareciera que tienen una lucha
ontológica en redes sociales virtuales por reivindicar la
violencia de la que tanto disfrutan. Creen también que el
terreno humorístico debería permitirse todo tipo de términos y visualidades, pues según los cuestionadores de
la supuesta generación de cristal, se trata sólo de chistes
y ocurrencias inofensivas. Si fueran tan inofensivas como
dicen no habría una lista tan larga de crímenes contra
personas por su color de piel, inclinación sexual, clase
social, nacionalidad, etc. En este tiempo hasta afirmaciones como esta hay que matizarlas por el peligro que
algún desinformado conservador no entienda. Claro, los
crímenes no suceden por los chistes, pero sí se aumentan
a causa de ellos. Así como también estas y otras acciones incrementan la conflictividad violenta en cualquier
sociedad.