Reseña

El educando, en el tránsito de la experiencia provista en el ámbito de un semillero de investigación, no solo hace suya la habilidad de relacionar teoría, método y resultado –modelo técnico de investigación-, sino que también, va auscultándose a sí mismo en su personalidad, carácter, identidad y capacidad inquisitiva, desde el cultivo de múltiples habilidades del orden de la actitud, cognición, conducta, apropiación de instrumentos, metodologías, conocimientos, relacionamiento e interacciones argumentadas, lo que implica reconocer su evolución personal e intelectual –modelo personalista-. Pero, la situación no se queda ahí; el educando tiende a ampliar en red los ambientes de aprendizaje del aula a la sociedad; de un problema, a la representación como vacío de derecho; de estar en el aula, a incitarse a viajar a contextos y realidades concretas; de reconocer algo que no está,
para crearlo; es decir, aprende a tejer ambientes de interacción posible -modelo social y económico- pero, también a reinventar y dotar de nuevos sentidos a las tecnologías, como medios no solo de riesgo sino de potenciación del ser humano y de creaciones sostenibles –modelo de innovación humana-, siendo éste el que crea, con espíritu responsable.

El ambiente de los semilleros, más el escolar, el social, económico, cultural, ambiental, el virtual y el de la comunidad científica, tienden a conectar y a fomentar la interacción, aprendizaje y posicionamiento de sus conocimientos; esto es, a interactuar con sujetos educadores -profesores, investigadores, grupos de investigación-, sujetos de investigación -actores sociales, económicos, culturales y políticos-, sujetos de derechos -flora y fauna, ecosistemas y otras biodiversidades-, sectores empresariales, institucionales, sociales, de comunicación y gubernamentales. Bajo esa relación en red, los educandos, comprometidos con la investigación, adquieren confianza, templanza, asertividad, habilidades, conocimientos y competencias, como parte de su identidad profesional.