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ISBN 978-958-49-3409-3

Etnomusicología afrocolombiana

Autor:Mosquera Mosquera, Sergio Antonio
Colaborador:Parra Ramirez, Maria Fernanda (Coordinador Editorial)
Editorial:Mosquera Mosquera, Sergio Antonio
Materia:781.6 - Tradiciones de la música
Clasificación Thema::AVM - Historia de la música
Público objetivo:General / adultos
Colección:Casa Editorial Ma'Mawu
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2021-08-15
Número de edición:1
Tamaño:tamaño cartaMb
Precio:$70.000
Soporte:Digital
Formato:Epub (.epub)
Idioma:Español

Reseña

Los prisioneros africanos, desde el primer momento de su arribo al Nuevo Reino de Granada (Colombia), tuvieron que hacer frente a la persecución de sus instrumentos y bailes porque fueron considerados diabólicos, satánicos; música ruidosa, bulliciosa, impúdica, vulgar, inferior, y por tanto fue, en el menor de los casos, menospreciada. Veremos como el Padre Pedro Claver, y otros funcionarios desataron una cruzada de persecución contra aquellas prácticas y la confiscación de los tambores. Esto se hizo costumbre, llegando a la promulgación de normas en las cuales se establecía “que ningún negro y negra se junten los domingos y fiestas a cantar y bailar por las calles con tambores, si no fuere en la parte donde el cabildo le señalare, y allí se les dé licencia que puedan bailar…” (4). Es decir, solo podían recrear sus prácticas en las afueras, en los arrabales, de la ciudad. Quienes incumplieran el mandato se hacían acreedores a fuertes sanciones o castigos. Los esclavizados, en ocasiones, preferían irse a los arcabucos, lejos de la mirada de la gente blanca, para ejercitarse en sus costumbres; sin embargo, el ruido de los tambores los delataba y hasta allá llegaba el Padre Pedro Claver.
Así también han terminado por imponerse ritmos ejecutados por Chocquibtown, la Herencia de Timbiquí y Anne Swing, entre otras orquestas; o que decir del género salsa, derivado del Son cubano, que logró ser aceptado unánimemente por la gente blanca; así mismo el tango, considerado por muchos un aire hermoso, galante y conquistador; pareciera como si se estuviera cumpliendo esa premonición de finales del siglo XVIII lanzada por doña Bárbara Caballero y Álzate, la Marquesa de Yolombó, cuando dijo: “alguna vez el África acoyundada por los ladrones civilizados, raptores de sus hijos, debía imponérseles a los malvados, si no por las armas, por el poder de su siquis tenebrosa. ¡Quieran sus dioses que se venguen, todavía, con otros maleficios más negros y más letales!” (5). El presentimiento de la Marquesa de Yolombó parece estar cumpliéndose, pero con otras armas. Las armas de los instrumentos musicales, de los cuales salen hermosas melodías disparando descargas sonoras, los hijos de los antiguos prisioneros y luego esclavizados, se han impuesto y dominado la psique de los descendientes de los antiguos raptores y esclavizadores. Por eso decimos con Andrés Caicedo: ¡Que viva la música!

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