Reseña

Espinoso es el sendero de retorno a casa. Lecciones y sabiduría en el significado sombrío de la soledad y la horrible sed de la mente.
Aprendí a valorar la musicalidad en un poema. Aprendí a golpes sobre el verso y la capacidad de danzar.
Ondas náuticas, soplo del desierto, hiriente espina.
Asimilé al poema extirparse del alma. El verso autentico parido al sobrevivir situaciones donde el pecho explota, dejando escapar ideas no banales, no oxidadas.
Ensayé un poema único, producto del desgarre donde el pellejo se abandona. Ensayé un grito de sangre, un cabello menos, la cercanía a la muerte en vida.
Costilla de Adán.
Cada hombre tras candados impone un rimador sufrido y pateador. Frases arrancadas a las entrañas, vagas y acostadas como posesas. Quizás no logra remilgos ni altos quilates, quizás carezca de métrica y su rima aparte la delicatesen de un afamado.
Y ahí, con incierto trazo, se prepara un aprendiz. Si la quimera se tornase realidad y un adicto a la rima comprometida escuchase desde un anticuado fonógrafo los arreglos, este sería el corolario.

Acaricio el viejo nogal. Es suave al tacto, como la piel adolescente erizada y presta.
Coloco el vinilo y con diestro movimiento desciendo el brazo del equipo. Observo el ondular del acetato, a la espera del ansiado contacto contra la afilada aguja.
Escucho el típico crash y sin desearlo, casi como felino instinto, me preparo para ser asaltado por las primeras notas y por la remembranza.
Aparecen los recuerdos, unos hermosos, otros no tanto, terribles los últimos.
El teñir de una guitarra acústica me empapa los oídos y siento enervar el éxtasis de los acordes; es el reino de dioses, ángeles, rejas y deformidades donde pertenezco.