A Tugurio de Ciudad
Crónicas
Autor: | Niño Niño, Juan Carlos |
PRESENTACIÓN
A principios de Siglo, un antiguo y no tan bien recordado amor –que es reseñado en mi crónicas la “Luis Ángel Arango, mi biblioteca”- insistió una y otra vez que debería sentarme con constancia y disciplina a escribir crónicas y columnas, aprovechando -según ella- ese tremendo talento que tenía para escribir y contextualizar, sin cansarse de repetir que “Dios te puso pinceles en las manos”, lo que nunca supe a ciencia cierta si lo creía o era el “interés” que le ayudara a terminar los documentos que tenía pendiente también como asesora del Congreso, aunque de ambas formas era un habilidoso y manipulador aliciente a mi ego “intelectual”, hasta tal punto que terminé trasnochando con ella para que terminara su investigación sobre la primera venta de las acciones de Ecopetrol en el Congreso.
Lo curioso es que esa costumbre de escribir a diario –que se convirtió en uno de los legados que me dejó- fue fundamental cuando inicié el famoso duelo ante la terminación nuestra relación, porque este noble oficio me permitía suavizar la punzada que sentí cuando nunca me volvió a llamar o al enterarme que estaba locamente enamorada de alguien que conoció en la barras del Senado, lo que propició escritos tan irreverentes y arriesgados como “Donde hay hombres, hay prostíbulos”, que enviaba por simple rebeldía a los miles de lectores que ahora tengo en mis redes sociales –incluido el whatsapp- pero que fueron tomados por los mismos como escritos avanzados, en donde los lectores comprendían y estaban aún más familiarizados de lo que suponía, sin cerrar la discusión de los “peros” éticos y morales que encierra tan cuestionada profesión.
El término “A tugurio de ciudad” lo escuché por primera vez a finales de los ochenta en la canción “No ha pasado nada” de la banda colombiana Zona Postal –en los años maravillosos del rock en español- que vendría a relacionar con los difíciles años de la universidad en Bogotá, en donde lo sombrío de un domingo se agudizaba con las impersonales y deprimentes residencias universitarias, en donde germinó la primera crónica de este compendio: “S.O.S: Me robaron e reloj”, que me pasó una mañana al tomar en la Avenida Caracas con Calle 60, un bus de la Flota del Carmen para ir al Campus de la Universidad de la Sabana, lo que no era suficiente para estar seguro que “A tugurio de ciudad” era el nombre más apropiado para esta compilación de crónicas, aunque el escritor casanareño Pedro Soaterna me convenció –sin siquiera sospecharlo- cuando al leer “Un sí inquietante de la mujer león”, no dudó en asegurar -con su voz aguda y pronunciación perfecta- que “me sentí en la Ciudad Gótica de Batman”.
A lo largo de estos años, un puñado de personas allegadas ha sido el aliciente más poderoso para no desfallecer en este propósito de escribir y ahora publicar este primer libro, como es el caso de mi amigo de infancia César Gutiérrez –hijo del Indio Muisca- quien su conocimiento genial en las diferentes áreas de la ingeniería, me permitió describir con exactitud la caída y muerte casi instantánea de un hombre que limpiaba desde un andamio –sobre el sexto piso- la fachada interior del Edificio Nuevo del Congreso, la lectura juiciosa y los comentarios acertados de la ahora Periodista Patricia Torrado –aquella despampanante joven rubia de Aguachica, que me volvía loco cuando estudiábamos Comunicación Social en la Universidad de la Sabana- los comentarios estructurados del periodista casanareño Jorge Luis Ospina –se toma el trabajo de escribir con rigurosidad sus apreciaciones a mis escritos- y más recientemente la epidemióloga Farley Barrera y la Administradora de Empresas Doris Gómez –oriundas de Yopal- quienes esperan con muchas expectativa y entusiasmo cada columna o crónica del fin de semana. Gracias!
Y sin duda uno de los momentos más emocionantes de esta aventura literaria, fue la amable y diligente aceptación del periodista José Manuel Reverón a prologar el libro –quien se destacó como investigador de la entonces Revista Cambio- dejando de lado su apretada agenda para leer con cuidado y detenimiento mis veinte crónicas, logrando más que un prólogo otra crónica de la gran familia “A tugurio de ciudad”, en donde concluye con tremendo acierto –ante mi estupefacción- que esta creación es “un manual para evidenciar qué hay detrás de este inquieto periodista de carácter distraído…”. José Manuel: mi gratitud por siempre.
“A tugurio de ciudad” alcanza a incluir la angustia que sentí a principios de este año al declararse la cuarentena por el COVID19, contando en “Un letargo se apoderó de Bogotá” que la capital luce como el “pueblo misterioso, solitario y silencioso ´Comala´ de Pedro Páramo -la célebre obra del mexicano Juan Rulfo- en donde probablemente como el protagonista terminaremos en el País debatiéndonos entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos”; y posteriormente daría para escribir la columna “Congreso de la República: presencial o virtual?”, en donde propongo “que a mediano y largo plazo las sesiones puedan ser virtuales” –no solo supeditadas al temido virus- como también que “cada congresista pueda sesionar desde su Departamento, incluso en espacios abiertos con la ´asistencia´ y participación de autoridades y diferentes sectores sociales de cada entidad territorial”, lo que podría generar una polémica con los constitucionalistas ortodoxos, quienes aseguran que la sede del Congreso es la Capital del País.
Una de mis crónicas más sentidas es sin duda “Una noche de pánico en el Parque Central Salitre”, porque describe paso a paso mi angustia por la inminente invasión de inmigrantes venezolanos al centro residencial –en donde salgo armado con un palo de escoba, para unirme al valiente colectivo que se preparaba para repeler el ataque- en donde es la oportunidad de encontrarnos y conocernos entre cientos de residentes –que somos como extraños en la gran ciudad- para regresar al apartamento y caer en un profundo y agradable sueño, que demuestra la paz interior con la que ahora vivo, una vez terminé de superar la partida de un bella joven de veinte años –que me rompió el corazón en mil pedazos- pero que me permitió volver a vivir y sentir con toda intensidad, hasta tal punto que decidí absolverla de todo mal y pecado, sin reparar en la locura de sus acciones ni dudar en soltarla para que retornara con todo el derecho al entorno de su juventud, en donde ahora comparte con un bien parecido joven de su misma edad y expectativas.
Bienvenidos A tugurio de ciudad!