¡Esa bella música de acordeón!
Autor: | Pérez Villarreal, Fausto |
Colaboradores: | Herrera Lora, Rosa Alejandra (Coordinador Editorial) Avila Pérez, Alfonso José (Coordinador Editorial) Avila Bustos, Camilo José (Diseñador) |
Si en los siglos anteriores (recientes) hubiesen existido en el Caribe unos cinco Faustos Pérez Villarreal, hoy no estaríamos con esas inacabables discusiones más parecidas al cuento infinito del gallo capón: ¿por dónde ingresó el acordeón en Colombia?, ¿cuáles fueron las primeras canciones que se compusieron acompañadas por este instrumento alemán?, ¿quiénes fueron en realidad los primeros cultores?, ¿existió Francisco El Hombre?, y tantos y tantos interrogantes que hoy son imposible de esclarecer, justamente por la falta de alguien que se encargara de registrar estos hechos, al parecer banales, pero que en realidad son de singular importancia para el folclor colombiano. Con este libro, y como ya nos tiene acostumbrados en todos sus escritos, el maestro Fausto Pérez Villarreal condensa, en 15 textos, buena parte del surgimiento y desarrollo de varios de los más importantes exponentes de la música de acordeón, ya sea como ejecutantes de este instrumento, o como compositores, o ya sea como cantautores. Esto quiere decir, de igual forma, que dentro 50, 100 ó 200 años ya la notaría literaria de la música del Caribe colombiano ya tendrá un estante ocupado para quienes quieran conocer detalles de esos personajes que ya hoy son leyendas, como Abel Antonio Villa, Alfredo Gutiérrez, Leandro Díaz, Andrés Landero, Adolfo Pacheco, Julio Rojas, Rafael Orozco, Sergio Moya Molina, Rafael Manjarrez, Julián Rojas, Alberto Pacheco, Calixto Ochoa, Pacho Rada, Aníbal Velásquez, Diomedes Díaz y el reciente Rey Vallenato Manuel Vega. Solo basta con deleitarse leyendo esta recopilación de textos que lleva por título: ‘Esa bella música de acordeón’. Refulgentes anécdotas contadas y cantadas por los mismos protagonistas se pueden deleitar en este trabajo editorial, como la última canción compuesta por Pacho Rada, juglar de juglares y considerado por todos los grandes ejecutantes del instrumento rizado como el máximo exponente del ritmo son: Ahora tengo que morir por causa de la vejez/ pero yo me voy contento porque viví una vida larga/ porque es que ya en este mundo/ yo no encuentro que hacé/ pero se queda vivo el nombre e´ Francisco Rada/ El nombre e´ Francisco Rada se queda de boca en boca/ porque todo el que queda vivo/ no deja e´ nombrarlo (Bis). A propósito, el mismo Pacha Rada le contó a Fausto Pérez su propia versión del suceso legendario que terminó con una supuesta pelea entre el acordeonero y el diablo, y que se selló a favor del músico al cantarle el credo al revés. También, y de igual manera de primera mano, el autor nos recrea otro caso inmemorial ocurrido en el variopinto universo del Caribe colombiano, en la voz de su propio protagonista: Abel Antonio Vila y los cinco días que le hicieron de velorio, matriz del hermoso paseo que ya es un clásico de la discografía colombiana: ‘La muerte de Abel Antonio’. Algunas veleidades de los mismos juglares, que se tomaban ‘prestadas’ canciones sin pedir permisos, son narradas por los mismos afectados, como el propio Pacho Rada, víctima numerosas veces de los ‘autoobsequios’ musicales. Abel Antonio, según el relato del Fausto Pérez, no sale muy bien librado, pero con todo y eso, su grandeza no se opaca, y su versatilidad no se pone en duda. La grandeza de Aníbal Velásquez, quien le dio un nuevo color a la ejecución del acordeón, con una digitación novedosa y agregándole los introitos que no eran utilizados antes de él, convirtiéndose en el primer gran revolucionario de esta música en el Caribe colombiano con sus guarachas. El definitivo paso de Calixto Ochoa por las sabanas de Bolívar y Sucre, su providencial encuentro con Alfredo Gutiérrez y el descubrimiento de otro tipo de sonoridad aplicada al acordeón con ritmos más emparentados con la cumbia y el porro, sellaron la virtuosidad tanto para ejecutar el acordeón como para crear decenas y decenas de obras hoy inmortales, del prolífico hijo de Valencia (Cesar), pero adoptado con todas las de la ley por Sincelejo (Sucre), son detalles que no escaparon al ojo escudriñador de Fausto Pérez. Juan Carlos Díaz