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ISBN 978-958-48-8489-3

Niños de la ciudad invisible

Autor:Sabogal Forero, Leandro Antonio
Colaborador:Daza Astudillo, Diana Carolina (Editor Literario)
Editorial:Sabogal Forero, Leandro Antonio
Materia:861CO - Poesía colombiana
Clasificación Thema::DCF - Poesía de poetas individuales
Público objetivo:General / adultos
Colección:estampillas poéticas
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Próxima aparición
Publicado:2020-03-02
Número de edición:1
Número de páginas:100
Tamaño:10x19cm.
Precio:$30.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña

Asistir al término de la infancia tiene la misma
connotación que presenciar la caída del crepúsculo: importan tanto los sucesos coligados
al fin de la presunta edad feliz como la postura
del que la recuerda. Es decir, es una experiencia evocativa absolutamente subjetiva, y más
aún si la reminiscencia utiliza para sus fines la
poesía. El logro, para el poeta, es no caer en la
multitud de referentes que se han realizado
con el tema, sino abordar la cuestión desde
una perspectiva novedosa y personal, la que
tiene que empezar por no edulcorar una etapa
de la vida que no solo es feliz, sino que
también está llena de miedos.
Leandro Sabogal, cuyos tratos con la poesía
son antiguos, sabe de esto. Por eso desde el
principio une su poesía al desconcierto que la
realidad le causa, a los trazos indescifrables
que esta edad deja sobre el alma más fiera, y
aún a los recuerdos de la violencia que con
furia vivió Colombia hace unos años, pero
cuyos muros colindan con los de la felicidad
de la terca inocencia. Por eso en el libro hay
juegos, pero también balas, memorias de un
tiempo sensato, pero también la turbidez de la
droga, y rodeándolo todo, la geografía de las
ciudades que a veces no resulta amable con su
paisaje para quienes tratan de interpretarla
desde la infancia.
Y en medio de todos esos avatares, el poeta
comparte con nosotros las dulces ceremonias
del fin de la infancia, como las primeras
aproximaciones sensuales, que no están exentas de los ramalazos con que las sacude la
pobreza, esa vieja aguafiestas, tan presente en
Latinoamérica. Leandro, con intuición sabia,
no se desgasta tratando de endulzar una edad
que, como dijimos, trae sorpresivos sinsabores. Con una versificación sencilla, de emotivo lirismo, nos propone distintas facetas de
la edad de oro, que como espejos nos devuelven nuestras propias experiencias. Es que eso
es lo valioso de la poesía: los textos deben
servir no solo para conocer la interioridad del
poeta sino para reflejarnos nosotros mismos
en ellos, como maravillosos espejos.
Es en estas cumbres que su poesía construye
un puente entre el género lírico y el juego
infantil, que bajo su sensibilidad es una especie de prolongación intelectual de esas
antiguas épocas. Nada más cierto: la poesía,
como la infancia, nos devuelven al asombro, a
la visión inmaculada con que nos acercamos a
la realidad, como si ésta recién se inventara
para nosotros. Pero esta otra aproximación, tal
como lo señala en uno de sus poemas, se
cumple desde un disfraz: es el que tiene que
usar el poeta para poder procesar la nueva vida
que le toca.
Creo que Leandro cumple con creces su rol
de poetizar a partir de la infancia, aunque esta
sea un pretexto literario para desenvolver su
poesía, pues la terca y torpe realidad siempre
se le está colando por los costados, acosando
sus recuerdos. Pero qué mejor que recordar el
propósito personal de estos poemas rodeados
de ciudades: el de servir de catarsis, como el
autor lo señala en otro de sus poemas.

Aunque también nos recuerde que siempre
sus evocaciones van a permanecer en su
cabeza como pájaros que revolotean, y a los
que debe eludir para seguir mirando hacia el
horizonte.
“El funeral de Alberto”, la prosa final con la
que se cierra el libro, con sus velos donde se
envuelve la muerte, resulta ser el fin de sus
evocaciones y el final de su libro. No es una
prosa poética, sino una que pertenece propia- mente al género narrativo, en lo que creemos
interpretar es la intromisión definitiva de una
realidad de la que no podemos deshacernos y
que da término a la lírica. Sus próximas obras
darán cuenta qué pasó en esa lucha frontal
entre estos dos géneros, que simbolizan dos
formas distintas de aproximarse a la realidad,
interna y externa, para interpretarlas.
Por otro lado, ardo de deseos en saber si
Leandro, con la precoz maestría que tiene para
la música, cantará, ahora, sus propios poemas.
Espero firmemente volar de Lima a Bogotá
para entonces, quizá en una de las cometas
que se evocan en este libro, a fin de participar
en esa magnífica ceremonia.
Alas a este libro y que sus lectores abran los
aeropuertos de sus mentes para recibirlo. Y
para el poeta, mi firme deseo para que siga
volando en las alas de la poesía.

Enrique Sánchez Hernani
Lima, 28 de octubre de 2019

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