Paz: escribiendo un corazón común
Un Corazón Común cuenta la historia —bueno, las historias— de niños, niñas, jóvenes y adultos que hacen parte de una comunidad en Colombia, y que antes y durante el pos-acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se han interesado y comprometido en aportar a la consolidación de relaciones cotidianas pacíficas en los territorios que habitan, a través del uso creativo y colaborativo del lenguaje, el arte y las escrituras, expresados en la poesía, el cuerpo, el dibujo y la música.
Un Corazón Común no busca introducir conceptos “exóticos” en torno a la paz. La pretensión, en la que nos hemos comprometido todos los autores reunidos en la obra, tiene que ver con el reconocimiento, circulación y potenciación de aquellas prácticas colectivas y cotidianas que ya se están realizando en los territorios y que, amparadas en la potencia poética del arte y la literatura, se tornan en agenciamientos de otras formas de crear y habitar la paz, formas de corazonar la paz, es decir, formas de paz que nacen en el tejido de palabras, cuerpos, emociones, ideas, necesidades y posibilidades.
Corazonar hace parte de la sapiencia indígena y campesina Latinoamericana. Entre los candoshi de la Alta Amazonía, se dice “ver con el corazón”. Ellos dicen Magish tachitkich (“corazón que sigue”) o “seguir con el corazón” para nombrar una responsabilidad que se asume aun en contra de las voluntades de otros. En el Pueblo Kitu Kara del Ecuador, corazonar es pensar con el corazón liberado; significa nutrir el pensamiento con el impulso de la vida. En la lengua y cultura maya tseltal “yo’taninel snopel”, significa corazonar o pensar desde el corazón. En esta cosmovisión todo se corazona. El pensar (yo’taninel snopel) y el hacer se corazonan (yo’taninel spasel-smeltsanel). Para las comunidades rivereñas de San Benito en Colombia, el sentipensar se refiere a la relación nunca separable entre cuerpo, mente, espíritu y contexto. Según sus sabidurías, sentipensar es decidir con la fuerza del corazón, que incluye la razón. Es por toda esta potencia que nos hemos conectado con la sabiduría de los pueblos indígenas y campesinos, para comprender nuestras prácticas de escrituras de paz.
En este corazón (corazonar), reconocemos que diferentes comunidades en Colombia están usando la escritura, para construir paz. Sentipensamos que, niños, niñas y jóvenes están escribiendo poesía para la paz, en proyectos donde la asumen no como un sueño, un proyecto a largo plazo o, un lugar al que finalmente se arriba luego de muchos años de muerte y odio, sino que, la viven, la corazonan como un derecho y un deber, como una creación conjunta, como una opción y estilo de vida, como una expresión de creatividad y una ética del cuidado y el amor.
Algunos de estos proyectos son VOCES EN FLOR en Caldas, PROYECTO GULLIVER en Medellin, HIP HOP PARA LA PAZ en Bogotá, y la PRÁCTICA DE CANTAR de las mujeres afrodescendientes en Chocó (Quiceno Toro, Ochoa Sierra, y Marcela Villamizar, 2017) y muchos más. Además, también hay adultos escribiendo y publicando libros independientes y experimentales; por ejemplo, en Manizales, como describe Martin Rodas en este libro, para desarrollar prácticas de relacionamiento y convivencia pacífica en las comunidades.
Es por ello que, este corazonar colectivo recoge una diversidad de experiencias en torno a las escrituras poéticas y la construcción de paz en diferentes territorios urbanos y rurales, con el fin de contribuir a la visibilización, valoración y tejido de otros sentidos y prácticas que generan acciones diarias de cuidado de la vida; y en las que, tal vez, otros y otras pueden encontrar ideas y posibilidades para sus propias comunidades, familias, escuelas y lugares de trabajo.
¿Cómo corazonamos la paz?
Nuestra época y las narrativas totalitarias de nuestra historia, nos han enseñado a pensar la paz como la ausencia de la violencia (Galtung, 1998). En este corazonar, los escritores queremos ampliar estas formas de sentipensar y nombrar la paz. Cuando uno piensa en la paz como ausencia de la guerra, su construcción se queda en las manos de los políticos que negocian acuerdos con aquellos que parecen ser los “únicos” responsables. Pero, en nuestras experiencias hemos aprendido que nosotros, la gente común, los ciudadanos de a pie, las madres, la abuelas, los tíos, los estudiantes, tenemos un papel muy importante en la creación de la paz en nuestras vidas, familias, comunidades, y país. Por eso, siguiendo a Patiño (2018), corazonamos la paz como un proceso, una posibilidad, una creación conjunta, compleja y dinámica, que requiere de aprendizajes, significados y prácticas cotidianas que permitan entre otras cosas, la trasformación de conflictos; es decir, a esta paz la nombramos y sentimos como paz relacional cotidiana.
Quiere sentir esto que la paz está relacionada con todas las prácticas y procesos de creación que se dan en las relaciones sociales, entre tú y yo, por ejemplo, o entre todos nosotros. La paz —o mejor las paces— no son solamente un producto de acuerdos políticos, ni el resultado de leyes o decretos que son aprobados por los gobiernos, sino la emergencia de un tipo particular de prácticas cotidianas; por ejemplo, el diálogo, el trabajo en equipo, el cuidado de sí y de los otros mediante el compartir los alimentos, o el juego y la risa, el descanso y la recreación, y también el cuidado de la naturaleza. Prácticas que todos realizamos día a día, o que podemos llegar a realizar fácilmente, sin que tengan que ver con el dinero. Siguiendo este corazonar, cualquier persona puede contribuir a la vivencia de la paz relacional y cotidiana. Y en este corazonar conjunto vamos a compartir algunas de esas múltiples maneras de creación y vivencia cotidiana de la paz en nuestros territorios.
¿Qué significa la escritura en este corazonar?
Normalmente, pensamos en la escritura como la propiedad de los elegidos, de aquellos que son superiores en inteligencia y cultura; aquellos que no somos nosotros, sino los lejanos, los sapientes, los diferentes; generalmente, los hombres, casi siempre, y a los que llamamos “blancos, europeos, norteamericanos”. Pero, insistimos en este corazonar, que la escritura de sí y de la vida conjunta es un derecho y posibilidad de todos y todas.
Cuando una niña de dos años dibuja en una pared y cuenta una historia que sola ella parece entender, eso es escritura, y hace parte de su diseño biográfico y de la historia de su familia. Cuando nuestros abuelos supuestamente “analfabetas” se sentaban o se sientan alrededor de un “jogón” a contar sus historias, los cuentos de su niñez y juventud, eso es escritura.
Cuando los jóvenes, en la esquina de su barrio, inventan y cantan sus raps, eso es escritura. Cuando los grupos de grafiteros van por las calles buscando muros para rescatar del silencio y dibujar en ellos su visión del mundo, eso es escritura. Cuando un poeta escribe un verso y luego lo declama, eso también es escritura. Cuando un dibujante toma su lápiz para crear, eso es escritura.
Todas ellas son formas de arte ancladas en la vivencia cotidiana, en la vida conjunta, en el sentir de una época que se habita de múltiples y valiosas maneras. En este corazonar colectivo hemos entendido que algo se torna escritura cuando conjuga la intención de narrar y la de escuchar.
La escritura ha estado regulada por instituciones como la escuela y, en general, por la sociedad. Esta regulación existe porque la escritura es una expresión humana de creación, sumamente potente en las manos de la gente. No en vano, las marchas de los estudiantes Colombianos en defensa del derecho de la educación pública y de calidad, durante el 2018, estuvieron simbolizadas por un lápiz. Y por eso, ténemos un programa de socialización política mediante la escritura, en los EUA, que se llama “Rise up and Write” (¡Levántate y Escribe!). Es así que nuestro corazonar apunta a entender la paz como un proceso de escritura colectiva, una creación, una narración diferente que se hace posible con las escrituras de todos y todas.
¡El potencial de la escritura en la construcción de paz relacional y cotidiana!
Como muestran todas estas experiencias, las escrituras tienen inmenso potencial para construir relacionamientos, sentidos y prácticas de paz cotidiana y relacional, ya que, por un lado, tienen potencial para ayudar a crear procesos internos, subjetivos. Escribir-nos permite sacar de nosotros las violencias, reconocer el presente, y proyectar, a través de nuestras imaginaciones, un futuro mejor. Es decir, la escritura se refiere a una práctica expresiva ligada a la sanación mental, emocional y espiritual del individuo. En el proceso de escribir, uno puede entenderse mejor, y en esta manera sanarse para trascender, para sentipensar de maneras más potentes y que nos produzcan mayor capacidad de libertad para disoñar, es decir, diseñar nuestros sueños a través de acciones.
Las escrituras también tienen potencial para ayudar a construir, reconstruir o, potenciar asuntos como las memorias y las narrativas colectivas, es decir, las formas colectivas que —como familia, comunidad o ciudad— tenemos para hablar de lo que nos pasó y de por qué nos pasó de esa forma. Es decir, las escrituras nos ayudan a ampliar, desde las experiencias y voces de muchos y muchas, las historias oficiales que se tejen desde las relaciones de poder desigual con pretensiones de invisibilización, control y explotación de ciertos individuos y grupos. Por tanto, introducen nuevas versiones de los hechos, muestran otras dimensiones del sentido colectivo a partir de las experiencias individuales.
La escritura empieza en el individuo; pero, los resultados no se quedan encarcelados en él, sino que vuelan y actúan en el mundo. Así, escribir tiene el potencial para aportar en la creación de prácticas sociales pacíficas, ya que, escribir es una manera de agenciarnos, es decir, actuar en el mundo de la vida. Es a su vez, una práctica dialógica; es decir, el escribir existe como una conversación entre lector y escritor, un corazonar conjunto. Por eso, puede circular una visión colaborativa e imaginativa que amplia lo que somos.
Además, como escribir muchas veces resulta en artefactos materiales (como libros, murales, cartas, etc.), estos pueden moverse por muchas manos, pueden ser leídos en voz alta en frente de mucha gente, pueden multiplicarse y ampliarse. Así, pueden promover visiones pacíficas de ser en el mundo. Por ejemplo, pueden confrontar las relaciones de autoridad que se han naturalizado, en la vida de la pareja, en las familias, en las escuelas, en los trabajos, en las calles. Pueden crear nuevas realidades.
Cada una de las historias que conforman este corazón común, ofrecen al lector una serie de herramientas prácticas, pedagógicas, éticas y políticas, en torno a lo que significa trabajar cotidianamente en la construcción de relaciones, sentidos y prácticas de paz relacional en contextos diversos como los colombianos.
Desde el lenguaje poético de algunos de los y las autores/as de esta obra, podemos decir que, las escrituras son usadas por ellos y ellas en forma de magia; aquella que proviene del lenguaje, del relacionamiento creativo y del deseo, para conjurar las violencias.
Este libro
Precisamente, nuestro corazón común late alrededor de experiencias de escrituras poéticas y colectivas, que muestran tres aspectos importantes a considerar en los procesos o prácticas de construcción de paz, desde una mirada relacional y cotidiana como la que se acaba de resaltar.
Las tres dimensiones que desarrolla este corazonar son:
a) Enseñanza y escritura: relata las experiencias y encuentros entre una investigadora y escritora de los EUA que llegó a Colombia, a través de una beca Fulbright/ICETEX, a aprender sobre las relaciones entre escritura y paz; una profesora de lengua castellana, en un colegio público ubicado en un sector urbano de la Ciudad de Manizales, donde sus habitantes han venido contando y creando de forma alternativa y pacífica; cuatro estudiantes de este colegio, que escriben poesía para la paz, con el fin de impactar y transformar sus vidas y las de sus seres cercanos; y las visiones de dos líderes comunitarios que escriben y enseñan poesía para la paz a jóvenes y a mujeres en territorios de alto conflicto social, económico y político.
b) Arte, lectura y música: cuenta el proceso de construcción colectiva que un grupo de niños y niñas, un psicólogo, una poeta y un tallerista han desarrollado, a través del contacto poético con instrumentos musicales ancestrales de diferentes regiones de Colombia; la experiencia de un artista plástico que ha enseñado arte para la paz en una comunidad vulnerada; y finalmente, el proceso de un escritor y profesor que acompaña talleres de lectura y literatura para los adultos.
c) Escritura y publicación: narra las experiencias de una escritora y poeta que ha trabajado con niños, niñas y mujeres en torno al potencial de la poesía y de la escritura para denunciar y transformar situaciones como la violencia contra las mujeres; y de un escritor, dibujante, poeta y editor, que creó una editorial independiente desde la cual apoya la democratización de la literatura y la poesía, a través de la publicación y circulación de obras de los integrantes de la comunidad.
A través de estas diversas historias y perspectivas, esperamos que ustedes, queridos lectores, reconozcan las posibilidades y potenciales que las escrituras, la poesía, la música, el dibujo, y las artes en general, pueden promover en sus vidas personales, en sus familias, en sus escuelas, y en sus comunidades.
Estas experiencias también muestran que escribir la paz no es fácil, ya que no hay una forma única de corazonar la paz. Por el contrario, hay múltiples formas de hacerla, sentirla y nombrarla.
Pero, además, no es fácil porque el acto de nombrarse y de nombrar el mundo que se habita –de forma creativa y posibilitadora- requiere coraje y amor por el mundo. Sobre todo en contextos donde las violencias, desigualdades e injusticias, operan como escrituras impuestas que lo invaden todo, las mentes, cuerpos y almas, para narrar una única historia de opresión, en la que se van reproduciendo estereotipos de marginación y de dependencia, y desde las que se acallan permanentemente las posibilidades de vivir otros sentidos y formas de relación; escrituras impuestas de las que a veces parece imposible escapar.
Se trata pues de un corazonar cargado de escrituras y narrativas “insurrectas”, “desobedientes” y “revoltosas”, que, desde el espacio cotidiano y corporal, se instalan en lo potencial de la práctica de juntarse con otros y otras para nombrar-se. Mostrándonos que la paz no es una utopía, ni mucho menos un privilegio de países o poblaciones “desarrolladas”, ni tampoco una responsabilidad única de los Estados, o un mero ejercicio de eliminación de los focos de conflicto, sino una forma de relación posible, una elección que se construye para des-ocultar y transformar todas las formas de relacionamiento enraizadas en la violencia.
La paz es una historia que no nos han querido ni contar ni dejar inventar, pero que nosotros juntos, podemos corazonar día a día, a través de sentidos y prácticas tan simples y potentes como el abrazo, el saludo, el trabajo de cuidado compartido, el compartir los alimentos, el jugar y recrearnos juntos, el dialogar para llegar a acuerdos.