Reseña

Este libro procura percibir una brisa leve que contrasta con el ruido de remolcadores, embarcaciones, lanchas, botes y el ruido de una contaminación que cae desde las alcantarillas y serpentea a lo largo y ancho de la Magdalena, que moja su propia lengua en una identidad que flota en la podredumbre de un lecho que muere y que desea recuperar su memoria en el desdén de una historia que fue arrebatada por esa maldita ola negra que destruye ese caudal cristalino nacido en el páramo de las papas, o valle de las papas, que desemboca en el mar Caribe, navegable desde Honda hasta su desembocadura y su principal afluente es el río Cauca. En fin, el río Yuma o Magdalena lleva sus aguas turbias y se encuentra con el mar Caribe, en ese lugar majestuoso donde el agua dulce se une con el agua salada. Es ahí, en Bocas de Ceniza, donde el mismo río evoca sus recuerdos, y su grito de lecho fúnebre se confunde con el vaivén de las inmensas olas que expulsan un poco de sal hacia sus orillas, donde ya sus riberas, laderas y barrancos rojizos secan sus últimas lágrimas ante el inmenso holocausto que desvanece la arena caliente y disminuye ese inmenso caudal donde el pescador ya no ve el jugueteo de una subienda que recreaba sus orillas, y donde las atarrayas y la red barredera hacen un cántico apocalíptico a un arcoíris sin colores y a una luna que ya no muestra el camino o camellón que guiaba a los bogas en esos grandes botes, remolcadores, barcos, canoas, lanchas de pasajero y balsas de madera que añoran seguir flotando en sus caudalosas aguas al ruido de tamboras que engalana los pueblos apostados en su riberas.