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ISBN 978-958-5538-11-5

El valle

Autor:Jaramillo, Yohanna
Editorial:Fundación Domingo Atrasado
Materia:861M - Poesía mexicana
Clasificación Thema::DCC - Poesía moderna y contemporánea (desde 1900 en adelante)
Público objetivo:General / adultos
Colección:Cantos rodados
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Activo
Publicado:2019-09-06
Número de edición:1
Número de páginas:76
Tamaño:14x21cm.
Precio:$30.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Elegía por El Valle de San Quintín Celedonio Orjuela Duarte Llegar a un lugar sin ninguna garantía más que las manos para el trabajo, hace que de inmediato se comunique o incomunique con el otro, con el próximo, que es en últimas el alma de los pueblos. Este viaje a San Quintín, lo emprende la poeta Yohanna Jaramillo desde una doble instancia, la poesía y la otredad de los que van al surco y queda el libro EL VALLE. La poesía quería estar bien adentro de los lugareños en una ciudad portuaria al norte de México. Ese pedazo de tierra de la península de Baja California, donde los hermanos Flores Magón, editores y propagandistas de las ideas anarquistas, se rebelaron contra la dictadura de Porfirio Díaz. De su origen indígena aprendieron una suerte de comunismo libertario. Baja California fue su centro de operaciones. El poeta - cantor Jim Morrison trasegó idénticas lindes en un concierto en Ensenada, como si el duende de los hermanos Magón le hubieran trazado el camino. A Ensenada, a San Quintín, a Santana, las mantiene vivas en medio del abandono estatal, una industria pesquera que fuera de los gringos y luego de los ingleses. Los ranchos con sus extensos cultivos y abundante mano de obra también aportan migrantes de Chiapas, Guerrero, Michoacán, que llevan asentados en San Quintín por más de treinta años y que el gobierno, debido a sus protestas, les ha dado algún bienestar económico. No obstante, siguen en un modus vivendi estacionario, colonial, para bien de los gobiernos cipayos del establecimiento, generalmente mal pagos, en los extensos surcos poblados de recolectores de frutas y verduras tipo exportación que se van para EE. UU. A los moradores solo les quedan las manos rojas de recolectarla, nos lo hace notar Yohanna Jaramillo en su libro. La atmosfera de ese Valle lo divide en los apartados: El túnel, Entre surcos, Realidades alternas, De cuándo el racismo lo hace la familia, Punto y aparte, Zona de conflicto. El poema discurre bajo una atmosfera un tanto elegíaca. Se inicia con el reconocimiento del lugar que va dejando hastío al encontrar la tierra escarpada; la atmosfera gris en el devenir de los versos, sugiere tono de reclamo: al trabajo, a la humillación, al saqueo de la fuerza del hombre elemental en un lugar que anuncia carencias “Es que no enverdecemos/porque no echamos raíces/ y aparte aquí/ solo llueve debajo de los árboles/ A este Valle se llega despojado y se ampollan las manos para encontrar la esencia, incluso en el dolor físico. Paisaje existencial, viciado, solo las manos y las tijeras en los surcos ¡Ándate con cuidado¡ / pues entre el polvo / y las puertas del Pick up blanco / siempre puede existir un despido /. Entonces está la voz altisonante del capataz, un indígena que entre más despótico más rápido llega a esos cargos: humilla a los cosecheros que se desplazan por los pueblos a través de la carretera transpeninsular que los lleva a Camalú, Cárdenas, San Quintín, Kino, Zapata. Porque México es extenso, hay que nombrarlo en su microhistoria y eso ocurre en este libro, pero desde la poesía. San Quintín es la confluencia de viajeros que pueden ser: Los desplazados, los utilizados, los de utilería, los egresados, los extranjeros, los de la cultura, los políticos. Justo ellos no quieren que el Valle luzca, reclama la poeta. Viven hacinados los siempre migrantes del espíritu y el hambre que terminan odiándose a sí mismos: Escondidos en el remordimiento/ se hackean, / encabronados y resentidos/no limpian sus calles, /empolvados y sin bañarse/por el veneno en sus aguas, /y todavía se boicotean. El Valle, como escondite, un bunker con techos de fresas/que no se note el brillo de abajo/hagamos de esto una zona de conflicto. Entre el polvo y la carretera hay un extenso valle que deja ver montañas y volcanes en busca de la voz-duende del poeta que sueña encontrar la esperanza, pero el primer obstáculo es la incomunicación; no con las montañas o volcanes, sino con el morador encerrado en sí mismo que no le enseña al otro su lengua, el náhuatl, purépecha, mixteco. La lengua se mantiene secreta, arma de defensa o ataque como en tiempos inmemoriales: -Si somos sangre-/pienso/-¡si somos paisas compa-/. Tal el egoísmo, que, al no compartir el saber, entonces nace El Valle y emergen los versos que hablan de pueblos que no desean compartir su conocimiento ancestral: solo permiten quehaceres cotidianos, no la complicidad santa con la naturaleza. La única esperanza, los pájaros; la única señal de amaneceres, porque no hay grandes relojes, campanarios, sirenas, anuncios marcando tiempo, este Valle aún virginal en sus cimientos. Los indígenas que muestra la poeta, parecen imbuidos del sonambulismo que gira a lo largo de sus versos, actitudes que anuncian: no eres bienvenido y mucho menos podrás quedarte. De pronto el canto del sinzonte cataliza el silencio, se ven montones de codornices que después darán alimento y todo pareciera suceder en un tiempo arquetípico. Fuera de la ensoñación de la poeta, aparece lo real, lo agreste, el vasallaje, la trampa de los seres errantes. Entre surcos pasan días en la recolección de la cosecha; el dolor en las manos y la ira. Después de unos meses, apenas se miran. Las mujeres siempre llevan cubierto el rostro, algo que llaman paliacate, no se lo quintan ni para comer. Más que una necesidad, se volvió un ornamento de misterio o algo parecido. En su hastío la poeta ironiza: Aquí no sirven de nada / los artículos, tanto federales/como gramaticales. Pero también la muerte de camaradas que dolían como punzadas en las manos de los cosecheros: tijeras que les venden para el corte en las jornadas. San Quintín plagado de analfabetas, no necesitan saber leer y escribir para engancharlos, solo la lengua indígena. En el pueblo hay garrilleros, pequeñas bandas de asaltantes comidos por los vicios que genera la ciudad. La defensa del cosechero en la faena con la Poli experta en el pillaje para quitarle el jornal al labriego. La libertad así esté amordazada y alienada por el trabajo, reclama su forma de ser la poli. En estas atmosferas transitan los poemas de Yohanna Jaramillo. Y si no es la poli, es la religión como mordaza, tretas gringas. En esos ranchos del Valle de San Quintín, se vive una ignorancia impuesta por los rancheros en contubernio con los políticos de alto rango, como quiera que el rancho Los Pinos, estancia presidencial ubicada en San Quintín, empresa que engancha muchos trabajadores bajo estricta vigilancia, para que no se roben ni un pepino, y menos encontrarles armas o propaganda de algún movimiento político. Allí la orden es la ignorancia y la mano de obra como sustento. En ese tono elegíaco muestra la poeta a los obligados al rendimiento mediante un número determinado de botes llenos. Los que llegan apenas sobreviven. De vez en cuando yace el amor y la libertad. Libro desnudo en su versificación. Nada de lirismo huero. Son versos enfurecidos, como la poesía de Nazim Hikmet, en los versos del turco hay barrotes visibles, en el Valle de San Quintín. Los barrotes son los surcos en busca de un mendrugo de seres humanos enajenados. Versos despojados de un lenguaje alambicado. En la poeta mexicana no se siente, lo que a veces suele ocurrir en la poesía actual, cierto manierismo, cierto corsé en los versos a través de un lenguaje que viene de la retórica académica. El poema en sus apartados, es desnudo como la vida misma. Enero-2019. Colina de la deshonra Macarena. Bogotá

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