Reseña

Los libros son organismos vivos, y las palabras escritas en ellos son huellas, andaduras, registros, experiencias del viaje. Abrir este libro es abrir una puerta, es incursionar por los corredores de una conciencia y una imaginación otra que se nos revela. Un viaje, se dijo, pero es más preciso decir una fijeza, porque estamos ante las puestas de la percepción. Quien escribe no tiene cuerpo, o sí, pero su cuerpo es este libro, su cuerpo y a la vez su casa. El cuerpo se nos presenta como un lugar, una geografía, o un cartograma que nos muestra caminos y sentidos abiertos hacia un paraje de símbolos, sus coordenadas en forma de cruz no pertenecen a una simbología religiosa sino al trazado de una experiencia vital en donde los puntos de intersección son la materia como puente que acerca lo nombrado a lo desconocido y lo vivo a lo que permanece, no es un cruce de caminos, es el momento humano: lo crucial. Y entre nosotros, de este lado del mundo, es cruce de tiempos mestizados, columnas y hemisferios juntos. Cuando el árbol se erige buscando el plexo solar el agua se sumerge en la noche. Una experiencia cercana a esa experiencia vegetal que encuentra en el río una fisura en donde desplegar sus raíces cosmogónicas. En este viaje no hay un principio o un fin, todo es trance. El árbol que nos mira a la vez nos pregunta y nos señala nuestras partes arbóreas, la antigua memoria. ¿Cuál es el puente entre lo real imaginado y lo que no existe? Es su pregunta. Las puertas de la percepción están abiertas, y lo que aquí ocurra, ocurre en palabras y al mismo tiempo fuera de las palabras. Y sin embargo, como en el poema de los gatos y como ocurre con el lenguaje, “todos los gatos son”, las palabras son, aunque nada resuelvan. Tampoco quien escribe busca una resolución posible aunque señale el punto crucial. Limpia la casa es un libro ritual, de interiorización de la experiencia vital. Álvaro Marín