Un Tal Bartolomé
Autor: | Eljach De Solano, Piedad |
Cuando le propuse a Piedad Eljach Guerra la idea de redactar la historia de Un tal Bartolomé, basada en hechos reales ocurridos en los Montes de María a partir de 1945, nunca imagine que describiera con tanta exactitud la vida de Jacinto Madrid y Antonia Díaz en la finca Bajo Grande ubicada en Chalán pueblo enclavado en los Montes de María, la autora precisa con especial diseño de trazos las descripciones campestres y estremecimientos narrativos del campesino de esa región con sus creencias y costumbres, como si la escritora hubiera sido parte protagónica en el desarrollo de los hechos que dieron origen a la historia.
La diversidad que halle en su narrativa no solo se limitó a describir elementos culturales e histórico de la época, sino que incluye el uso de palabras, expresiones culturales y literarias, para la supervivencia del lenguaje, de una manera contextualizada que produce en el lector un inesperado entusiasmo para no abandonar la obra.
La cronología utilizada en este libro tiene como fin hacer un pasaje por la historia del segundo hijo de Jacinto y Antonia, donde da la oportunidad de demostrar que las luces de un pasado afectaron los ideales del hijo de Chalán, quien atravesando cada movimiento incesante de la vida logra superar los retos.
Bartolomé tiene en su cabeza polvo de todos los caminos producto de esos movimientos difíciles que le tocó vivir. Su tiempo corresponde a una época de violencia bipartidista, que transformaron la forma de existir de sus padres quienes tuvieron que abandonar la tierra donde vivían por el terrorismo que se instauró a raíz del asesinato del caudillo del pueblo Jorge Eliecer Gaitán. Obligándolos a un desplazamiento forzoso, perdiéndolo todo en la huida.
En la medida que el lector se va sumergiendo en la lectura, la capacidad imaginativa de Piedad Eljach Guerra al rigor de su narrativa, no se limita a la simple retóricas, sino que proyecta en la historia la libertad de su raciocinio. Rinde su opinión como una combatiente ideóloga social demócrata, que no es imparcial ante la injusticia y ante los crímenes, sea el que sea y esté amparado en cualquier bandera. Hemos construido una patria ensangrentada donde los partidos continúan siendo bandas de un conflicto interno que no termina de arreglar sus cuentas de retaliación. Este drama continúa sucediendo, en el asesinato sistemáticamente de los líderes sociales, nadie se conmueve por estos hechos terribles.
Un Tal Bartolomé es un personaje que encarna la cotidianidad del hombre sabanero, guerrero, quien, superando sus miedos, se adapta a los dominios de la acción del medio, sin perder en ningún momento su identidad, muy distinta de aquellos que ven ocultarse el sol en el horizonte marino, mientras que el suyo se oculta entre las montañas que vigilan la sabana. Da merito reconocer en Piedad Eljach Guerra su desenvolvimiento y acierto narrativo para defender lo tradicional y lo nuestro. Eljach Guerra lleva en sus páginas el fin preceptor de un hecho histórico, enterrado en los Montes de María. Con lenguaje cotidiano describe lo pintoresco, presenta matices ocurrido en aquellos escenarios, que se tiñeron de rojo y que quedarán gravado en la retina de los protagonistas. Su obra con respecto a la gente que se debate en silencio en las penurias del campo, como trabajador, como vaquero muestra la defensa del mestizaje en la montaña y llanura. Destaca en la tradición de las corralejas, la fiesta brava del pueblo que daba sentido a la vida a los hombres trabajadores de la tierra fértil de la sabana.
En esta obra, se abre la ventana del pasado de unos hechos, no redactados en la historia local que permiten conocer su efectiva realidad por el conocimiento y la verdad cultural. Es parte de la historia no escrita protagonizada por el dolor y sangre: La misma de los pueblos indígenas sojuzgados por la conquista española, la misma historia del Siglo XIX en que el poder de la republica era disputado por grandes familias a costa de la sangre y el silencio del pueblo; es la misma historia del Siglo XX escondida en el republicanismo rodoniano y neoliberal y es la misma historia de hoy, la del nuevo milenio protagonizada por las luchas sangrientas de la guerrilla, el paramilitarismo y las bandas criminales que disputan territorios a consta de un desplazamiento forzado de una población campesina vulnerable, que a punta de bala y muerte le toca huir de sus territorios, como lo hicieron sus ancestros en la década de los cuarenta en el Siglo XX. Esta es la herencia que dejaron los partidos al pueblo: odios, cuentas de sangre y repulsión invisible.
Los partidos políticos tradicionales, no construyeron una nación ni mucho menos una conciencia política, no rehicieron el armazón del Estado, pero si propiciaron el descuartizamiento del país en dos grandes sistemas de odio: El paramilitarismo y la guerrilla.
En el Siglo XIX, se condenaba las diferencias políticas con la muerte, pero no con la degradación del hombre. En el Siglo XX, con la violencia bipartidista en la década de los cuarenta y en los años sesenta con la consolidación de una fuerte guerrilla, financiada con el narcotráfico y delitos de lesa humanidad se inició el proceso que ha estimulado la conversión de los hombres en las bestias sanguinarias y cobardes de la actualidad. Este fenómeno de la degradación humana hizo empalme en el Siglo XXI, con los gobiernos generadores y apoyadores del paramilitarismo, dejando como rastro las huellas de genocidios y masacres que se repiten una vez más, como testigo fiel de un Estado indiferente que solo ha cosechado la siembra de sangre derramada de estos delitos infames. Con esta crueldad sin castigo, se resume el sentido de nuestra historia política.
Esta manera de generar nuevos protagonistas y nuevos nutrientes financieros, como el narcotráfico, en nuestro sistema político, podemos identificarlo en todas las regiones que conforman el Estado: son parte de su engranaje, de sus métodos, de su sistema de conquista y de consolidación del poder. La verdad es que simplemente es la cara de una cruel y despiadada sangría por el poder: por debajo del enriquecimiento de las oligarquías y de los grandes capos de la mafia o de la gloria delicuescente de los caudillos, encontramos, también una plataforma de lágrimas y sangre. En el subsuelo, anónimos, invisible a los ojos, fuera de todo horizonte político, identificamos al pueblo. Todos hablan de su soberanía, mientras ridiculizan su capacidad para moldear y conducir su propia suerte. Lo movilizan para la confrontación armada y lo han dejado ahí, al margen de la historia, ignorados en un Estado que nunca ha estado presente en sus necesidades, en sus problemas, en su drama permanente de ver matar a sus líderes que levantan su voz, ante tanta infamia, injusticia y crueldad.
Pero “Un tal Bartolomé” retrata la sociedad de ahora, con un pueblo sometido a la ignorancia – intelectual, política y culturalmente – y con una oligarquía que no hace ya presencia en los conflictos de sangre, como así lo hacían sus antecesores en el Siglo XIX. Hoy esa clase oligarca ha cambiado sus ideales caballerescos: la moral de “nobleza obliga”, han cedido al paso de ningún idealismo, ni asumen – en economía, en política, en cultura – ningún riesgo. Su ética es la acumulación de capital, el enriquecimiento ilícito y la corrupción: esta Ética materialista no sirve para crear nada, ni para vivir o morir por un ideal. En resumidas cuentas, esta clase es un maestro en el arte oligarca de ganar sin comprometerse.
El conflicto armado de hoy no es entre dos bandos. De una parte, opera una fuerza pública que hace la “pacificación” en la competencia de números de bajas para acumular beneficios y condecoraciones, apoyados por ejércitos delincuentes armados – paramilitares - que operan bajo objetivos militares y que no aspiran a decidir políticamente nada, pero si a generar desplazamiento forzado y posesión de tierras desocupadas para beneficio de sus seguidores y simpatizantes. De otra parte, actúa la guerrilla, muchos de ellos descendientes de aquellos campesinos desplazados por la guerra bipartidista quienes van reclutando en sus filas, mujeres y niños que llegan cansados de una miseria permanente para pasar a convertirse en carne de cañón y abuso. La miseria familiar queda atrás para entrar a otra más dura e intolerable, donde el desacato de una orden es motivo de crueles castigos o ejecuciones. A esto se suma la mafia organizada representada por políticos corruptos que se nutren financieramente de la rapiña al presupuesto del Estado, al lavado de activo y narcotráfico. Muchos de ellos financian las acciones del paramilitarismo y otros respaldan las actividades de la guerrilla. La oligarquía representada en el bipartidismo del Siglo XX ha desaparecido de este escenario, de esta lucha cruel, de este drama que no acaba y que rebasa todas las fronteras de la resistencia humana.
Lo que ocurrió y sigue ocurriendo pasa en los escenarios de abajo. Se habla de la fría realidad de las estadísticas, consideradas como sombras, como espectros animados de ninguna realidad, no conmueven a nadie. No son los límites y la parvedad de un conflicto armado. Pueblos y veredas enteras masacrados, falsos positivos son cifras frías que engruesan las estadísticas. Nada de esto sacude a los oligarcas en el poder, quienes, en los escenarios de arriba, las únicas cifras que los conmueven: son los balances de muerte de la fuerza armada – considerados héroes - porque en manos de ellos está la defensa a la seguridad democrática y la responsabilidad de mantener la paz en el país.
La filosofía de “Un tal Bartolomé” es la misma que se desprende de esta sociedad deshecha y masacrada, cuyas corrientes de liberación, se levantan en la voz de sus líderes sociales, quienes, a pesar de estar siendo eliminados, por fuerzas oscuras que tienen el poder de recorrer sus escenarios, sin impedimento alguno y sin ser identificados, no han logrado callar por siempre sus voces. Los de abajo, los de a pie, el escombro humano, los excluidos, los nadie, los desechables saben a cabalidad que, en la resistencia de todos ellos, se encuentra la esperanza de empezar una nueva historia