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ISBN 978-958-5496-56-9

Una historia de España
Mezcla fornidable de pueblos, lenguas, historias y sueños traicionados: ese escenario portentoso y trágico de que llamamos España

Autor:Pérez Reverte, Arturo
Editorial:Penguin Random House Grupo Editorial S.A.S
Materia:800 - Literatura y retórica
Clasificación Thema::DS - Literatura: historia y crítica
Público objetivo:General / adultos
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Activo
Publicado:2019-04-23
Número de edición:1
Número de páginas:256
Tamaño:15x24cm.
Precio:$49.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Érase una vez una hermosa piel de toro con forma de España llamada Ishapan, que significa, o significaba, tierra de conejos —les juro que la palabra significaba eso—, y que estaba habitada por un centenar de tribus, cada una de las cuales tenía su lengua e iba a su rollo. Es más: procuraban destriparse a la menor ocasión, y sólo se unían entre sí para reventar al vecino que era más débil, destacaba por las mejores cosechas o ganados, o tenía las mujeres más guapas, los hombres más apuestos y las chozas más lujosas. Fueras cántabro, astur, bastetano, mastieno, ilergete o lo que se terciara, que te fueran bien las cosas era suficiente para que se juntaran unas cuantas tribus a las que les caías mal y te pasaran por la piedra, o por el bronce, o por el hierro, según la época prehistórica que tocara. Envidia y mala leche eran marca de la tierra ya entonces, cual reflejan los más antiguos textos que nos mencionan. Ishapan, como digo. O sea, esto de aquí. Y el caso era que así, en plan general, toda esa pandilla de animales bípedos, tan prolífica a largo plazo, podía clasificarse en dos grandes grupos étnicos: iberos y celtas. Los primeros eran bajitos, morenos, y tenían más suerte con el sol, las minas, la agricultura, las playas, el tu- Una historia de Espania_AL38177.indd 15 8/2/19 12:43 16 rismo fenicio y griego y otros factores económicos interesantes. Los celtas, por su parte, eran rubios, ligeramente más bestias y a menudo más pobres, cosa que resolvían haciendo incursiones en las tierras del sur, más que nada para estrechar lazos con las iberas; que, aunque menos exuberantes que las rubias de arriba, tenían su puntito meridional y su morbo castizo (véase, por ejemplo, la Dama de Elche). Los iberos, claro, solían tomárselo a mal, y a menudo devolvían la visita. Así que cuando no estaban descuartizándose en plan doméstico en su propia casa, iberos y celtas se lo hacían unos a otros, sin complejos ni complejas.

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