Bitácora de un viaje hacia ninguna parte
Autor: | Acosta Alvarez, Adriana |
Colaboradores: | Avila Pérez, Alfonso José (Editor Literario) Avila Bustos, Camilo José (Ilustrador) Herrera Lora, Rosa Alejandra (Coordinador Editorial) Pardo Olaya, Dina Luz (Fotógrafo) |
¡Niña, ponte a leer! Todavía me parece escucharla mientras mi adolescente corazón buscaba anestesiarse con los únicos dos canales que emitía la televisión nacional en aquellos tiempos, para intentar olvidar mi primera desilusión amorosa. A regañadientes apagué el televisor y sin importarme cuál, tomé el primer libro del estante de la sala: era de poesía. De los hábitos más saludables que anímica, mental e intelectualmente, puede adquirir el ser humano, es la lectura, teniendo en cuenta que, aunque su principal beneficio sea estimular la imaginación, el real objetivo es permitirnos asimilar el contenido de un texto, y no importa si acariciamos o no un género literario, la vida diaria nos invita a leer todo el tiempo, llámese novelas, recetas, noticias, las indicaciones de un medicamento, una carta de amor o aquel maravilloso best seller que nos estimula las emociones, las sensaciones y los senti-mientos que la realidad no incluyó en el guion de nuestra propia historia. Y fue justamente ese día buscando calmar los gritos de mamá y de paso silenciar aquel ruido, doloroso, por cierto, que provocaba el desamor en mi cabeza, que tropecé con la lectura y no sé a ciencia cierta si mejoré o empeoré, pero ese día aprendí leyendo. Todo avanza: La ciencia, la tecnología, el universo y entre tanto desarrollo e impresionantes adelantos. Nadie ha podido inventar una cura para el amor y sus males. El amor, esa bonita y dolorosa enfermedad que no tiene analgésico, tratamiento, ni vacunas, y de la que han muerto prematuramente tantas almas tristes, prisioneras de un cuerpo que se niega a morir con ellas, mientras se aferra a la esperanza de un milagro de resurrección llamado regreso. Extrañar y esperar, ¿lo han vivido? Pues narran las estadísticas que sigue doliendo hoy igual que hace 300 años y que la esperanza no ha sido más que el respirador artificial que desde siempre ha mantenido al desahuciado amante conectado a la vida. El amor ha afectado a tantos desde tiempos inmemoriales que casi logran pasar desapercibidos; a los que extrañan, a los que esperan, a los que aguantan, a los que se les detuvo el tiempo en unos ojos, a los que un beso les devolvió la vida y a los que en vida murieron de amor y aún siguen deambulando por ahí como fantasmas; a usted, a mí, jóvenes o viejos, nadie ha estado exento; no hay cura señores, están desahuciados y andan sueltos y aunque no lo crea, es fácil reconocerlos, dicen que se les ha visto por ahí leyendo y escribiendo poesía. ¡Leyendo aprendí que la poesía es un síntoma! Adriana Acosta Álvarez