Reseña

Se parte, pues, de la defensa de los derechos (llámense humanos, fundamentales, etc.) al interior del proceso penal, como que resulta indiscutible que el castigo penal es, en todo caso, un mal con el que se busca retribuir la causación de otro mal. La doctrina contemporánea, tal vez movilizada por los errores ?y horrores- de los sistemas de justicia penal, aboga por la humanización de la persecución y se atreve, como hace algunas décadas se propusieran los criminólogos críticos, a pensar en la búsqueda de alternativas al cada vez más recurrente castigo punitivo. Propuestas ciertamente interesantes, como la elaborada por los profesores John Braithwaite y Philip Pettit, así como lecturas humanistas como la expuesta por el profesor Roberto Gargarella, participan de la pretensión de limitación o racionalización del derecho penal, precisamente, porque el derecho penal, en últimas, constituye un sistema de control social que castiga las infracciones sin ocuparse de la solución del conflicto que subyace a éstas.