Majate: poesía, folclor y cuentería
recopilación de la poesía de Rafael Molina Díaz; coplas costumbristas y cuentería de Humberto Molina Arteta
Autor: | Molina Echeverría, Alfonso |
Colaboradores: | Avila Pérez, Alfonso José (Editor Literario) Molina Díaz, Rafael (Coautor) Molina Arteta, Humberto (Coautor) Avila Bustos, Camilo José (Diseñador) Molina Echeverría, Alfonso (Compilador) |
En este mundo todo es un cuento. La nada, anterior al Hacedor, tiene incluso su cuento. Dios mismo es un cuento. El mundo, el hombre, los animales, las plantas, encierran un cuento. En oriente y occidente, en la India como en China, en Egipto, en Europa, en África y, por supuesto, en América, encontramos un relato inicial, fábula o leyenda acerca del origen del cosmos. Las mitologías griega y romana hablan por sí solas. El relato del génesis sobre la creación o El Popol Vuh no son más que el resultado de esa inconmensurable capacidad del ser humano para figurarse el complicado asunto del origen de la creación del mundo y de todo cuando en él existe. Para decir entonces y parodiando a Calderón de la Barca, que definitivamente, la vida es cuento. En épocas menos lejanas, más exactamente en España, a la altura de los siglos XI y XII, existieron los rapsodas o juglares que no eran precisamente cuenteros, pero un gran referente con los poetas épicos y trovadores de la España medieval, en el seno de cuya sociedad – feudal, claro —, sí había que poetizar y contar. Y, dentro de aquella variadísima gama de creaciones literarias, en las naciones sobresalientes de Europa, nos hallaremos como una variedad de géneros; entre los cuales, la fábula ocupa un lugar preponderante. En la antigüedad, por ejemplo, vamos a encontrar la llamada fábula latina en la figura de Fedro, y en Grecia con el célebre Esopo, pasando por La Fontaine en Francia, Tomás Iriarte y Félix María Samaniego en España, hasta llegar a Colombia para darnos de cara con nuestro singular Rafael Pombo, gran poeta y fabulista y consecuencialmente de la picaresca, creador, al decir de un escritor costeño, de la Pombo – fábula. Lo anterior para indicar que, entre cuento y fábula, existe una estrecha relación, si entendemos que la fábula en gran medida es un cuento; inclusive, un cuento poetizado, en la que los animales son sus principales “personajes”, con cuyas acciones o actos, quieren dejarnos – claro, en la intensión premeditada del autor— una enseñanza o moraleja, con la cual se intenta atacar defectos del ser humano, tales como el orgullo, la pereza, la ambición, la maldad o la hipocresía. Los cuentos, que más bien fábulas, ontologados en “La Cuentería de Humberto Molina”, producto de prodigios imaginación, signados, naturalmente, por la influencia del imaginario colectivo, dan la medida de cuan interesante resulta para los pueblos, hijos del subdesarrollo tradición oral para conjugar un poco el olvido, la desmemoria o los desencuentros. Son, cada uno de los relatos de “La Cuentería de Humberto Molina”, hermosas fábulas en su mayoría; en ellos, y gracias a la mágica y aunque aparente inocencia literaria de Molina, vamos a encontrar expresadas muchas cosas propias de nuestro ser, ya en villorrio, poblado o aldea, en una gran comarca o ciudad, llámese Puerto Antiguo, Juan de Acosta, La Boquilla, Sabanalarga, Lomitarena o Bayunca, y cuyos perso-najes, animales u hombres, hombres o animales, no pueden tener nombres comunes y conocidos como Tío Conejo, Tía Zorra, Tío Tigre, compartiendo con otros segundones que, si bien no poseen el título de tías o tíos, son igualmente respetables en su accionar, casados con la fantástica imaginería de Humberto Molina, tales como: burras, perros, morrocoyos, garzas, ardillas o avispas. Todos ellos independiente-mente de su categoría “social”, hermanados con personajes de carne y hueso, con gente de renombre en la región, con nombre y apellidos dados, como Pancho Morillo, Otoniel Molina, Petrona Echeverría o Cicerón Ruiz; o simplemente, con individuos sin apellido, caso Abraan Isaac, caso Arnulfo o Pedro. Nombres de hombres y animales que hacen y dicen lo que les place a través de increíbles peripecias, exponiendo, a veces, el pellejo, con picarescos procederes y haciendo buen uso, también de la llamada malicia indígena para burlarse de algo o ridiculizar a alguien o, sencillamente, dejarnos una gran lección moral. Sólo nos resta exaltar el talento y la gracia de Humberto Molina Arteta y felicitar la enjundiosa labor de su hijo Alfonso Molina Echeverría, quien pudo compilar estos valiosos relatos, en un primer intento por demostrar que el Tío Conejo, de la tradición oral en Juan de Acosta, inició ya su fantástico, aunque escabroso camino, a despecho de la perezosa Tía Tortuga que, en este caso, encarnaría el atraso o, algo peor, el olvido. Santiago Alba Escritor colombiano