El Valle de la Decisión
Mi Camino hacia la Luz
Autor: | Cardona, Marcela |
El Valle de la Decisión y mi Camino hacia la Luz
Hay un santuario interior, un lugar real, escondido en la vida de cada persona, y muchas difícilmente lo atisbamos. Suelen ser las personas dóciles las que, sin necesidad de haber pasado por la oscuridad, primero se lo topan y, de paso, se encuentran a sí mismas; entonces aprenden a disfrutar de sus bendiciones y beneficios, y ya no quieren vivir en ninguna otra parte. Otras, sin embargo, jamás dan con él, no se encuentran a sí mismas, y se pierden.
Los que sin ser dóciles hemos podido llegar hasta él, lo hemos logrado únicamente después de un interminable y penoso recorrido por caminos inciertos que, indefectiblemente, nos han llevado a atravesar el Valle de las Sombras. Y esa es mi experiencia. En mi obstinación, debí recorrer un largo y tortuoso camino adentrándome cada vez más por los vericuetos de la oscuridad, sin encontrar la manera de salir.
Pese a ser una mujer profesional, casada y madre de tres hijos, persistían en mí una inmadurez y una cerrazón que tenían secuestrado mi libre albedrío, bloqueaban mi voluntad, y me impedían tomar las decisiones adecuadas. La primera y más importante, consistiría en cerrar todas y cada una de las puertas de mi corazón a la curiosidad y al falso conocimiento, y mirar hacia arriba, hacia la escasa luz real que aún podía percibir.
El camino de salida, pues, pasaba a través de mí misma. Pero para ello debía captar primero lo que desde el siglo IV ya había asimilado San Agustín, cuando refiriéndose a la Luz de Dios, confesó: «Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí». Como el hijo menor de la parábola de Lucas 15; quien, “entrando en sí mismo”, descubrió que su única tabla de salvación era el camino de regreso a la casa del padre.
Entonces me dirigí al recinto interior, a la cámara secreta, y allí descubrí ya no uno, sino dos lugares maravillosos: el Valle de la Decisión y la Cámara del Rey.
En “El Valle de la Decisión”, aprendí a asumir la responsabilidad de mis propias decisiones y de sus consecuencias, para convertirme así en una persona realmente dueña de sí misma, en una persona auténticamente libre, como lo dice con claridad el libro de los Proverbios: sólo “Quien se gobierna a sí mismo, es capaz de gobernar una ciudad”; no antes (Proverbios 16, 32).
Y en “La Cámara del Rey”, que es donde uno realmente encuentra sus delicias, nunca se acaba de aprender. Por ahora, sólo diré que allí aprendí el valor de la docilidad, de asentir libremente a la Voluntad Divina, y que a partir de entonces, por fin, mi vida encontró su fundamento, su piedra angular.
De todo este proceso es de lo que hablo en este libro. E invito al lector a superar cualquier prejuicio: a no desechar la lectura porque aquí “se habla de Dios”, sino a asumir, como lo hice yo, su propia responsabilidad. La historia de mis errores y de la oscuridad en la que anduve sumida es prueba fehaciente de que cada uno puede, si realmente lo quiere, encontrar la luz; pero de nada le sirve si no se deja guiar por ella.
Marcela.