Reseña

La calidad de la obra de Joan-Carles Mèlich responde a una escritura en devenir, en esta, lo menos que interesa es clausurar el sentido en la gramática. Por el contrario, se camina hacia una narrativa en la que las imágenes del pórtico y el telón construyen la metáfora de las escenas en un trayecto de mediaciones de sentido, donde la ética, la finitud, la pregunta, la respuesta, la alteridad, la compasión, la humanidad, el sujeto, la subjetividad, la corporeidad… se movilizan en el plano de lo indefinido, y por ende, en el paisaje de las posibilidades donde, justamente el acontecer ético de la educación, funge como guion de nuevas posturas y miradas frente a la formación en clave de la vida y por supuesto, de la muerte y el renacimiento. Educar es un ponerse en escena con la vida, es decir con lo finito, con el hecho de entender el acontecer en lo humano como cambio, transformación y transgresión; el desnudamiento y riesgo con la palabra para no agotar este vínculo en definición de criterios, sino, por el contrario, ampliar el relato de sí mismo, lo cual implica poner en palabra al Otro, ponerse en escucha del Otro: recibirlo y hacer donación de la vida a través del acto pedagógico.