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ISBN 978-958-59050-5-4

Gaspar de la noche

Autor:Bertrand, Aloysius
Colaborador:Londoño Rodríguez, Jaime Javier (Traductor)
Editorial:Fundación Domingo Atrasado
Materia:841 - Poesía francesa
Clasificación Thema::DCC - Poesía moderna y contemporánea / poemas
Público objetivo:General / adultos
Colección:Cantos rodados
Disponibilidad:Disponible
Estatus en catálogo:Activo
Publicado:2017-04-19
Número de edición:1
Número de páginas:116
Tamaño:14x21cm.
Precio:$30.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña

GASPAR DE LA NOCHE, UN LIBRO ESCRITO POR EL DIABLO Por Juan Manuel Roca Louis Jacques Napoleón Bertrand, más conocido como Aloysius Bertrand, aunque lo de conocido se reduzca muchas veces a un puñado de lectores con visos de secta en el mundo, por mucho tiempo fue considerado a las luces de ese siglo de iluminados en el que naciera (1807), únicamente y a regañadientes como un “romántico menor”. Tendría que transcurrir mucho tiempo para que saliera de los sótanos de la memoria y para ser reconocido como un renovador de la poesía, nada menos que como el avisado inspirador del poema en prosa, esa yunta entre el cantar y el contar que tanto ha acompañado precisamente a poetas y narradores que han bebido en su fuente. A la hora de rastrear ese lenguaje anfibio que migra de un género a otro y los hermana, no poner como epicentro su figura, sería como hablar de hijos que nacieron sin padre, como árboles que no fueron semilla. Hubo que esperar a que la historia se pusiera al día con este adelantado y que fueran precisamente los poetas los que lo hicieran salir del socavón del olvido. El suyo es un caso análogo al de Lautremont, tanto por su enigmática biografía como por ser el creador de una obra que a lo mejor -sin intuirlo-, se haría contemporánea del futuro. Saludado a duras penas por un círculo romántico de coetáneos que sólo le celebraron sus iniciales poemas convencionales y frívolos, en verdad tenía su as en la manga, una carta del tarot con cara de diablo: el “Gaspard de la Nuit”. El libro lo dio a impresión -según dicen logró que un editor se lo comprara en 1836- pero solamente salió publicado en 1842, tras un año de su fallecimiento en un hospital de asistencia pública en París. Juan Manuel Roca 8 A casi treinta años de la publicación de “Gaspar de la Noche”, en 1869, autor y libro volverían a ser mencionados por su influjo en los “Pequeños poemas en prosa”, de Charles Baudelaire, quien ya lo había mencionado con entusiasmo en su “Spleen de París”. Luego vendrían más celebraciones de su singular libro, menciones de Rimbaud, Laforgue, Mallarmé, Max Jacob y el surrealismo en pleno con Breton a la cabeza: “Aloysius Bertrand, surrealista en el pasado”, sería la frase acuñada por André Breton en los “Manifiestos del surrealismo” (1924). En el mismo texto Breton afirmaba que “Baudelaire es surrealista en la moral”. A partir de ese momento la leyenda roza a Bertrand con un halo de opaco esplendor. Las señales que Bertrand deja a su paso son vagas, claroscuras como sus fantasías góticas de cuño medieval. Sus señales son apenas sombras chinescas: nace en Ceva, en Italia, y muere en un astroso camastro en la ciudad de París, esa ciudad donde según Rilke no se va a vivir sino a morir (“Los cuadernos de Malte Laurids Brigge”). Se lo lleva al otro mundo, que ya ha visitado en sus prosas, una tuberculosis. Otra señal: es Saint Beuve, al que apostrofara el Conde de Lautremont en sus “Cantos”, quien lo acolita en su publicación del Gaspar. Es bella la narración que le dedica a Saint Beuve. Allí le advierte que ese es su libro, que “el emperador dicta sus órdenes a sus capitanes, el papa dirige sus bulas a la cristiandad y el loco escribe su libro”. “Mi libro, helo aquí, tal y como yo lo hice y tal y como debe leerse antes de que los críticos lo oscurezcan con sus aclaraciones” Lo demás sobre su vida y obra son señales de humo. Las piezas pictóricas de Bertrand, un pintor de la lengua, alguien que escribe como quien graba o como quien cambia la pluma por la gubia, le rinden homenaje a Rembrandt y a Callot. Así lo hace explícito: “Fantasías a la manera de Rembrandt y Callot”. 9 Del primero de esos dos notables artistas posiblemente le venga la pasión por algunas de sus estampas bíblicas y su carácter de pintor-profeta. De Jacques Callot, que era algo así como un formidable cronista desde el grabado (véase su hermoso gradado “El mendigo”), parece heredar la creación de grandes atmósferas. ¿Los poemas en prosa del Gaspar no parecen acaso aguafuertes, la técnica que frecuentó con virtuosismo lírico y único Callot? Menciono la palabra atmósfera y en verdad, más allá de asuntos episódicos, de ucronías e imágenes poderosas de poeta-pintor, lo que da cobijo a su libro es la naturaleza de sus atmósferas. Pictóricas, sin duda. Cinematográficas, si se quiere. Y operáticas. No en balde Ravel creo una suite con el nombre de su libro donde campea el espíritu drolático de Scarbó, el enano del violín que acompañaba a Bertrand en sus noches y que le mascullaba al oído que daba lo mismo morir “absuelto o condenado”. Sin duda que su prosa pictórica viene de las cabeceras del romanticismo alemán, Hoffmann es el primero a quien rinde homenaje no obstante se aleje de un romanticismo más clásico al que adosa su humor disolvente, negro como una mezzotinta. Y bueno, hay que recordar que según Bertrand, el verdadero autor de su grimorio es el diablo. Porque hay en su libro algo del sentido clásico de un grimorio: un prontuario de demonios y seres angelados, de brebajes, hechizos y misterios, de habitaciones góticas y paisajes de trasmundo. En el inicio de su inquietante libro, Aloysius Bertrand nos cuenta que en sus pesquisas por saber si fue el diablo quien levantó la catedral de Colonia, (el diablo haciendo hostias, podríamos decir), se tropezó de noche con un hombre andrajoso. Según sus conjeturas podría ser “uno de esos artistas bohemios, violinistas o pintores de retratos a quienes un hambre insaciable y una sed inextinguible condenan a correr el mundo como judíos errantes”. El desgalichado personaje después de una conversación sobre los levantiscos flamencos y sobre los libros mágicos, le hizo una declaración con tintes insumisos: “El diablo existe. Discursea en la Cámara, ejerce 10 en los Tribunales, es agiotista en la Bolsa”. Y a continuación le entregó un manuscrito titulado “Gaspar de la Noche, fantasías a la manera de Rembrandt y de Callot”. Abro un paréntesis: se me viene a la cabeza el recuerdo de algo señalado por Kafka sobre la creación literaria: “es una maravillosa y dulce recompensa, ¿pero a cambio de qué? … es un salario por el servicio del diablo”. Cierro el paréntesis. Al otro día del encuentro con el andrajoso personaje, Bertrand iniciaba su peregrinaje por las calles de Dijon donde muchos años atrás nació Cazotte, en cuyo libro “El diablo enamorado” nos revela al demonio con formas cambiantes: camello, perra o mujer, y se dedica en su camino a preguntar por el señor Gaspar de la Noche. Los transeúntes a quienes preguntaba el domicilio del enigmático artista, le respondían con crudezas e ironías. Alguno de ellos, con un tono macabro le indicó su domicilio: “Allá lejos, donde cuelga una pezuña de corza”. Este fue el diálogo que Bertrand entabló con un vinatero enano a las puertas de la casa señalada en donde pendía la pezuña de la corza: — ¿Conoce usted al señor Gaspar de la Noche? — ¿Qué desea usted de ese joven? —Quiero devolverle un libro que me ha prestado. —Está en el infierno, a no ser que ahora esté en otro sitio. — ¡Ah! ¡Ya caigo! ¡Cómo! ¿Don Gaspar de la Noche es acaso...? —Pues claro... ¡el diablo! —Gracias, buen hombre. Si Gaspar de la Noche está en el infierno, que se ase allí. Yo edito su libro. Pues bien, al editarlo su amigo Saint Beuve, tras la muerte de Bertrand, quizá no sospechara que un siglo después ese libro seguiría andando como Ahasverus, el judío errante, para convertirse en una cantera poética inagotable, en un territorio veraz e imaginario a la vez, nada diabólico ni azufrado sino rigurosamente fantasioso y burlón, como el remiso duende del violín. 11 “Gaspar de la Noche” es como un orzuelo en el ojo del diablo, que es lo que se dice le brota al oscuro cuando se encuentra a una virgen. Se podría decir de él lo que expresó Roland Barthes sobre Michelet y su libro “La hechicera”: “es historia y novela, etnología o mitología histórica”. Pero es también, en el caso del Gaspar, una colección de grandes poemas o de grandes y breves relatos, un álbum de daguerrotipos literarios, homenaje a Rembrandt y Callot, pero además de gratitudes a Van Eyck, Lucas de Leyde, Alberto Durero, los dos Breughel y, según su propio autor, a “maestros de diferentes escuelas”. Sus textos son los grabados de un dibujante en la palabra. Siete libros, siete capítulos conforman el “Gaspar de la Noche”. En cada uno de ellos las atmósferas desquiciadas y góticas, los personajes funambulescos: diablos, ladrones de capas, mendigos, alquimistas y leprosos, crean algo así como un inmenso vitral o un mural de todos los demonios. Nota: si el libro fue escrito realmente por el diablo quiere decir que la poesía necesita del beneficio de la hoguera.

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