Reseña

La poesía, recatada y gran aventura de la conciencia sensible, la vive y representa cual cuerpo celeste que deja a su paso, entre el abismo de las sombras, su generosa refulgencia, un imprescindible poeta de este y cualquier tiempo, el argentino Leopoldo Castilla, nuestro entrañable Teuco, río que se llama y siempre vuelve, humanista y cantor del alma de las cosas y los seres. En su Salta natal o bajo los cielos de la pampa, en una callejuela de Buenos Aires donde debe estar todavía/ el hombre del sombrero negro/ tocando el bandoneón bajo el solazo, en Beijing, en Angkor, en el Cairo o en Caracas, en cualquier rincón del planeta velado (y vedado) para los muchos, adonde lo lleve su pasión de peregrino de infinitas fronteras, él la amalgama y conduce para desplegar su expedición primordial como desde un aeroplano sin tregua, en veces atemperado por los ángeles.