Reseña

Cada poema de Omar Lara, al repasar verso a verso una y otra vez, está elaborado con una amalgama de excelsa sencillez. Dice lo que tiene que decir sin más palabras y sin más silencios que los precisos, los que expresan a cabalidad el cuerpo de su texto. Y una vez leído el último verso nos pone obligatoriamente a cavilar sobre el poema mismo, a sumergirnos en una indagación permanente no carente de perplejidad y entusiasmo. ¿Qué palabra de su palabrar infinito le cambiaríamos en sus versos? Ninguna. Porque el poeta no deja lugar para una variación más lúcida o para la más puntual sinonimia. Construye cada poema con la exactitud que exige ese abismo de equilibrios que es la poesía. A veces grita o musita, canta, cuenta y vaticina, siempre insinuante, revestido de sabia ironía, mirando dónde pone el ojo el cazador para sus variadas probabilidades de dar o no dar en el blanco, en medio de sucesivos candores y hechizos audaces, siempre afortunados, llevándonos de su mano a vivir con él sus espejismos prodigiosos.