Poesía y Matemática
¿enemigas en un mismo vecindario o un jardín con senderos que se bifurcan?
Autor: | Jarrín Ballesteros, Humberto |
La matemática encierra una paradoja que siempre me ha intrigado. Es una materia que está construida sobre unos presupuestos que no pueden ser demostrados, los axiomas y los postulados. Estos presupuestos son pocos y arbitrarios. Y elementales. “A es igual a A”. “La distancia más corta entre dos puntos es una recta”. Cosas así. Y sobre cimientos tan sencillos se levanta un corpus teórico enorme, complejo y nada arbitrario.
Por el contrario, la matemática es tan natural que ciñe perfectamente los volúmenes, las proporciones, los ritmos, las relaciones y los movimientos de las cosas: el trino del pájaro, la espiral de las semillas del girasol, la geometría del cuarzo, el flujo del tráfico en la autopista y hasta los caprichos del azar pueden ser cifrados en lenguaje matemático.
La poesía encierra paradojas semejantes. Su materia prima es el lenguaje verbal, es decir, un sistema desordenado y arbitrario de convenciones. Es tan arbitrario como llamar tomate al tomate o quarks a las partículas que componen el protón; y es desordenado porque los lenguajes son obra de los pueblos, no de las academias.