Rubén Estrada Vida y Obra
Autor: | Estrada Alvarez, Rubén de La Trinidad |
Presentación
Por: Fernando Macias Vásquez
Al asumir el privilegio de escribir la introducción de éste importante libro, he tenido el claro propósito de hacer justicia al talento del Maestro Rubén Estrada Álvarez, al tiempo que rendirle merecido homenaje como una de las más salientes figuras del Viejo Caldas, que por derecho propio, debe ocupar un alto sitial en el Olimpo de los artistas plásticos colombianos. Por lo tanto, estos renglones se alejan del simple y frio análisis de su prolífica obra escultórica, buscando por el contrario darle forma a un comentario cordial y placentero, dirigido tanto a quienes conocen de primera mano la profundidad de su trabajo, como a quienes tengan escaso conocimiento de la producción y cualidades del artista. En esa dirección, es imprescindible recurrir a un somero recuento sobre la geografía de su vida agitada y trashumante, apasionada por el arte y de inmensas connotaciones humanísticas; a su diáspora por una parte de la geografía bolivariana en diferentes momentos, trillando brechas, andurriales, caminos, montes y senderos perdidos, en una contradictoria lucha interior, que se balanceaba entre el pragmatismo material y pasajero que hace carrera en occidente y los valores eternos del espíritu definitivamente inclinados hacia la introspección y el arte. Hijo de Alfonso Estrada Domínguez, sembrador adinerado que había hecho capital a fuerza y hacha, con tierras y ganados y de Gabriela Álvarez Jaramillo, nació en Neira Caldas en 1.932 habiendo sido bautizado con el nombre de Rubén de la Trinidad Estrada Álvarez; recién iniciada la revolución bolchevique en Rusia; cuando el mundo apenas despertaba de la pesadilla de la Primera Guerra Mundial y en nuestro país se estrenaba el período de las administraciones liberales luego del desplome de la larga hegemonía conservadora. Época de grandes cambios y transformaciones sociopolíticas que también permearon el mundo cultural. Los pueblos del gran Caldas sembrados a voleo sobre grandes montañas coronadas por cumbres níveas, bordeadas de líquenes, cantadas por el estro de los poetas; de calles pendientes transgredidas por el repiqueteo de mulas, caballos y el piafar de los corceles; casas solariegas de amplios aleros, balcones y tejados ennegrecidos, rodeadas de fecundos faldones verdes, donde empezaban a nacer los cafetales acariciados por vientos mansos y temperaturas suaves, trecho ganado a la selva milenaria, modelaron el alma de sus gentes –titanes enruanados, casi heroicos- y fueron el contexto vital de Estrada en los años de infancia. Allí, en la primera mocedad, vistiendo aun de pantalón corto, provisto de una rústica navaja, labró con deleite y dedicación la pequeña escultura de una monja, que todavía conserva: había nacido el artista, se había abierto el cofre mágico en un momento misterioso que lo llenó de fascinación. Después empezarían a marchitarse los jardines. La violencia partidista comenzaría su danza sombría en muchas regiones del país y naturalmente, el Viejo Caldas no escaparía a esa historia negra escrita por hordas salvajes, después del 9 de abril de 1.948, cuando hicieron aparición tenebrosas cuadrillas de bandoleros al servicio de terratenientes. Presentación 20 De su señor padre heredó la ruda tradición del arado, siendo él quien le suministró los primeros trozos de madera, el aliento para que efectuara sus trabajos escultóricos iniciales, el gusto por la ganadería y el amor por las maderas preciosas, inclinándose muy pronto por el duro trabajo del campo, extasiado por la opulencia, serenidad y belleza de los bosques, por la imponencia de los árboles centenarios, el rumor de las cascadas y la fragancia de la madera recién cortada; por la acuarela de los atardeceres y el milagro de las auroras, por la maravillosa sensación que sienten los espíritus puros cuando expanden los labrantíos observando con asombro el prodigio de las florescencias, sucesos que, cuando se llevan en el alma, incitan el surgimiento de un artista maravilloso y elegido, habiéndose dedicado por largos años a esas actividades. Con unos importantes ahorros, inició desde muy temprano, por su cuenta y riesgo el negocio de la ganadería en la Costa Atlántica, descuajando montaña, demoliendo arboles gigantescos que se derrumbaban con sonido de catástrofe, para instalar dehesas, presenciando bajo el domo verde del boscaje, bellos crepúsculos en los que el sol pone todavía cintas grana sobre tonalidades de azul; venció montañas, vadeó ríos apacibles, por momentos turbulentos, embebido en el tibio oro del sol y en la inmensidad de las noches silenciosas apiladas de estrellas en un ir y venir constante; luego, como todo buen visionario, lió bártulos para establecerse en las feraces tierras del Magdalena Medio: nuestra llanura andina, donde a fuerza de trabajo alcanzó a poseer muchísimas hectáreas que daban albergue al mejor ganado de la región. Sin embargo, ese soberbio territorio por el que serpentea alegre el gran río de La Magdalena repleto de historias fabulosas, comenzaría a vivir; pasados unos años, una de las épocas más turbulentas, cuando la sombra aciaga de la muerte, la barbarie de la guerra, invadiría villorrios y pastizales, en una macabra danza que tenía como objetivo dominar a cualquier precio esas sabanas cálidas, debiendo abandonar sus propiedades para buscar otros horizontes en la hermana República de Venezuela, cuna de Simón Bolívar el padre de la Patria, quien también, como el Maestro Estrada, llevaba el Trinidad como segundo nombre. Duplicó esfuerzos, aró la tierra, clavó cercas, enterró los pies en el barro, jineteó alazanes y rocinantes por entre las vacadas, vio renacer la prosperidad; alcanzó renombre y credibilidad, fue acatado y respetado, pero los hados le tenían reservada una gloria más grande e imperecedera, que la de ser apenas, un exitoso ganadero, por lo que de la noche a la mañana, después de diez años de ingentes esfuerzos, presenció sin arredrarse el calamitoso desplome de su imperio, hasta quedar en posesión únicamente de un atavío de sueños y de sus manos endurecidas dispuestas para reiniciar una nueva jornada. Durante este largo periplo, que le permitió codearse con acaudalados empresarios, trabajadores híspidos, labriegos, nautas, pescadores y pastores, con los que siempre se sintió a gusto, aprendió de ellos los giros de su charla sazonada y copiosa, teniendo como constante, establecer un taller en sus haciendas, para hacer ensamblajes con las maderas arcaicas que rescataba Presentación 21 del lecho de los ríos, con tanta consagración y creatividad, que terminó dedicándose finalmente a explorar una novedosa vertiente del arte; sin género alguno de amarguras, sin frustraciones, resentimientos o antipatías, como resultado de su descalabro económico. El genial escultor y miniaturista Javier Giraldo Restrepo, fue quien lo motivó a profesionalizar su trabajo con esas maderas centenarias, procedentes de arboles desraizados por extrañas turbulencias o quemados por los rayos; tocones que añosos y cansados de navegar a la deriva, se recuestan mansamente sobre los arenales para escuchar el eterno gemido de las aguas o el musical trino de las aves; “esculturas de la profundidad: obras maestras y secretas de la naturaleza”, dándole las primeras indicaciones verdaderamente técnicas, durante un inesperado encuentro en las montañas de Urabà que se fue prolongando largamente, donde el Maestro Giraldo alternaba su trabajo rural con el artístico; consistente en confeccionar pequeñas esculturas con trozos de finas maderas redimidas de los caudalosos ríos de la región. A partir de entonces el Maestro Estrada, capitán de su propio destino, de manera autodidacta, atendiendo el grito seguramente llegado desde las raíces de su raza, con un rudimentario equipo, se dedica a pulir raíces y troncos aparentemente podridos, que luego de ser limpiados cuidadosamente dejaban al descubierto texturas y colores insospechados, impacto decisivo para que, concentrara su atención en el perfeccionamiento del ensamblaje de singulares esculturas elaboradas con maderas fosilizadas como Ébano, Diomato, Dinde, Trébol, Guayacán, Bálsamo… Instala su taller en Manizales iniciando de inmediato con toda dedicación la elaboración de piezas artísticas inigualables, que se han ido diseminando por toda la geografía universal inspiradas en visiones oníricas, en revelaciones fantásticas y en las narraciones aprendidas de los aserradores, bogas y labriegos con los que tuvo contacto en esas selvas milenarias fecundas en tradiciones y mitos, además de personajes extraídos de las lecturas que durante los largos traslados por ríos con olor a viaje en bucólicas barcazas, hacía en noches de desvelo, perfeccionando un estilo esencial, acrecentándose en el Maestro, con el paso del tiempo la pasión, intensidad y arranque creador, consagrado sin descanso a buscar nuevas soluciones, para aquilatar una obra de enorme contenido plástico y social, única e irrepetible. Su estilo de vida sosegada y frugal, tiene muchas similitudes con los grandes eremitas, siendo su mayor placer permanecer fervorosamente por días y días, durante horas y horas, desde el alba hasta cargar un jirón de la noche sobre sus espaldas, sumido en la concentración del anárquico taller, que se adorna con la bondad y afabilidad, que reparte sin usura el Maestro, resultado de sus profundos estudios y meditaciones, especialmente de las disciplinas orientales encaminadas hacia el cultivo del espíritu, que comparte con alegría entre sus amigos y allegados, en productivas y largas tertulias. “Si en el alma del artista no hay algo del santo y del guerrero, no esperéis encontrar grandeza en sus obras”, asegura el filósofo. Trabaja sin descanso, porque ama el arte sin descanso. 22 Presentación Sostiene que el talento es un donativo raro, una gracia recibida; de ahí su asombro ante sus propias obras concluidas, que para él tienen cierto halo de mística esencia, sin que por ello se libre de alguna duda torturadora propia de todo artista consciente, repeliendo por sinceridad consigo mismo la lisonja, pero escuchando los juicios laudatorios que recoge prontamente examinándolos entre halagado y desconfiado. Debido a su natural introspección y retraimiento, apenas ahora comienzan a aflorar debidamente sus triunfos, su fama a saltar fronteras, mientras su iluminación brota como un manantial en toda su labor, sin que pueda ajustarse enteramente a un plan de trabajo concebido con rigurosidad, pues es la madera y la inspiración que recibe de sus maestros, seres sublimes, mensajeros divinos; el boceto impalpable que le sirve de guía. Fragmentos de una repercusión insospechada se unen de pronto al pensamiento básico, lo enaltecen, lo perfeccionan; giros mágicos, adiciones perfectas, movimientos extraños, ensambles magistrales, cualidades formales: sus rítmicas danzarinas parecen flotar en el etéreo alcanzando el éxtasis; sus encabritados corceles aparentan cabalgar con ímpetu devorando distancias; su iconografía religiosa alcanza elevación, ademanes proféticos y sublimes; sus próceres de energía arrolladora, forcejean para recobrar sus glorias; sus Cristos, bañados por un fulgor de eternidad, visiblemente cansados después del sobrehumano desfallecimiento de la redención; de terrible energía, tensos, doloridos y excelsos, adquieren rotundidad y magnificencia inigualable; fantásticos Prometeos que se consumen en su propio fuego, mitos que resurgen del olvido para seguir cumpliendo su misión creadora y Quijotes que nos hablan de su Dulcinea prestos a “enderezar entuertos y a desfacer agravios”; consiguen proporciones corpóreas preparados para emprender nuevas hazañas; su estética apodíctica, hermética y delirante es realmente original, testimonio imperecedero de su talento y de su genio, queda grabada en representaciones vitales, en texturas arañadas, porque nace de la madera pasmosamente labrada a través del misterio insondable del tiempo, de los caudales y de la tierra; que el Maestro respeta con reverencia. Sabe que no es más que un instrumento de Dios, encargado de armar un misterioso rompecabezas caprichosamente diseminado, de arboles deshuesados, para transfigurarlo en personajes que partiendo de su íntima idealización, se convierten en corpóreas ensambladuras originales y hermosas. El arte es hiperbólico; la interpretación fisonómica de sus esculturas analizadas detalladamente, permiten suponer varias hipótesis sobre el momento que describen, permitiendo admirar en el artista, el inmenso énfasis que coloca en cada detalle y la manera como debe resolver los continuos inconvenientes que aparecen en la ejecución de las figuras, para mantener intacta su idea de no cambiar la forma a los trozos de madera más allá de la simple limpieza, endilgándole a sus creaciones, algo más que una escueta representación histórica o estética: el carácter que identifica al personaje, librando al admirador de emociones convencionales.