Reseña

Viaje a la soledad, con boleto de regreso

Es abrumante la soledad que acompaña este libro. Como se sabe y lo dice el propio poeta, “la poesía es una proyección de nuestra interioridad, con ella liberamos nuestros sentimientos mientras descuajamos nuestra selva interior, nos alucinamos de metáforas o morimos sedientos de realidades y verdades”, a esto hay que agregarle asombros y soledad.

El testimonio de Gustavo Loaiza Loaiza en ‘Poemas Viajeros y Recónditos’ es la revelación de una experiencia en la que participan todos los hombres, oculta por la rutina y la diaria amargura. Los poetas han sido los primeros que han revelado que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos sino en ellos mismos.

“Si no muero, Señor, / Por qué esta lanza en mi costado? / Ya no cabe el dolor / En tanta herida / Ni puedo huir de tanta sombra. / Pasajero errátil / En esta travesía por la vida / Este cuerpo pesa hasta el hastío / Y escapo de mí irremediablemente, / En cada respiración / Y cada poro”.

La soledad, fiel compañera del poeta, le protege del exterior y le permite contemplar el mundo con más calma para recrearlo en su poesía. Gracias a ello el poeta encuentra un lugar habitable porque su creación nace de la experiencia, no es un lugar artificial. La eternidad y reconciliación con el mundo que acompañan estas páginas se producen en el tiempo y dentro del tiempo, en nuestra vida mortal.

“Llega derribando recuerdos / Y asombrado de verme vivo / Bajo la enorme carga de silencios”.

Las buenas obras son las que nos dejan sin palabras, perplejos, atónitos, tal vez incluso momentáneamente vacíos de sentimientos y de ideas, porque todo está allí y uno apenas se pregunta cómo puede el poeta guardar bajo su piel tanta tristeza.

“Cómo proseguir con este corazón cansado, / Si hasta la luz de mis ojos Te llevaste? / Toda mi sangre fue vertida en ti / Y un huracán de congojas / Se pasea ahora / Por los acantilados del alma”.

Este sin duda es un libro para escuchar la voz interior del poeta que desarraigado busca recoger de nuevo la realidad, porque aunque triste por los avatares de la vida, sigue el camino de la cotidianidad bajo la resignación del destino.

“Sólo el poeta sigue en su ventana / Inventariando quimeras / Y exorcizando sus demonios”.

De la soledad del poeta nace la letra oportuna, que no es más que un canto a la existencia misma, donde los sentimientos se elevan sin alas, sin distancias; son caricias, verdades y denuncias, con o sin pinceles expresa lo que siente sin mas compañía que el silencio, la soledad y el rasguñar de una hoja de papel en blanco, donde va quedando su alma y corazón en plena libertad.

“Hoy, sólo quedan/ Las palabras muertas como piedra / Y un dolor rocoso / En los ojos y los labios calcinados”.

El poeta se purifica en este libro, llega a las puertas de su sufrimiento y se sacude las llamas del pasado con el que sabe que tiene que vivir, pero apaga el ímpetu de su incendio para asumir toda su escencia.

“Un ángel me partió en dos / Y nunca volveré a ser Uno. / Una parte de mí / Rueda sobre peñascos de rencores / Y otra golpea sin alma / En la roca estéril de la nada”.

¿Cómo puede el poeta, que ha incidido en soledad, ha sentido miedo en ella y ha transformado ese miedo en su propia obra, buscarla, amarla con su palabra? Esa es la sangre que corre por estas páginas, la razón de ser de su identidad literaria real, profunda, convencida, en la que crea el maestro Loaiza. Es su virtud recordarnos con belleza la fragilidad de la que estamos construidos, aunque la realidad venga y nos derrumbe cada día.

Es abrumante la soledad que acompaña este libro.


Juan Alberto Rivera Gallego