Detesto que me digan puta
Historias de vida de mujeres colombianas en España
Autor: | Cortés Torres, Carmen |
Colaboradores: | Ordóñez Suárez, Juan Guillermo (Diseñador) Restrepo Bravo, Marta Lucía (Corrector) |
El libro presenta siete historias de vida de mujeres que asumen el riesgo de ejercer la prostitución en España. Dejar su familia, el calor de sus tierras natales, representa para ellas un acto de emancipación encaminado a sacarlas de la asfixia económica y social que las sitiaba en Colombia.
El rumor de que toda mujer que migra a Europa en poco tiempo logra enviar importantes sumas de dinero para la manutención de su familia, les proporcionará la seguridad y el consuelo necesarios para asumir una hazaña que les costará muy caro, pues, el estigma adherido al oficio adquirirá muy pronto el carácter de una huella perdurable en su identidad.
Para las mujeres del presente estudio sus hijos y sus madres se han convertido en el principal motivo de su viaje, son el soporte emocional y el sentido de su lucha. Convertidas en heroínas, asumen el riesgo que significa partir hacia otro continente con el firme propósito de alcanzar sus sueños.
La promesa del dinero será entonces lo que les permite ejercer un oficio degradante, en el que sufren las humillaciones propias de este entorno. Centradas en el resultado, consiguen la inclusión económica que el oficio les niega en el terreno social y afectivo. Es así como se encuentran ante una gran paradoja, pues se sienten orgullosas de poder enviar dinero a los suyos. Su éxito económico es visto como un logro que beneficia a todo el grupo familiar y las ubica en el centro de la historia local, lo que explica que el nuevo rol sea visto como un instrumento de ascenso social y una vía hacia el progreso económico. Sin embargo, el rol con el que tienen que lidiar ahora supone una fuente de riesgos y amenazas, además de un estigma que las condena al aislamiento y al desprecio.
Si bien el rol de prostituta es contemplado por ellas como un trabajo, se evidencia una férrea resistencia a ser llamadas con el apelativo de “puta” —pues lo consideran ofensivo—, y si bien no hay una identificación con ese rol, el deseo que empuja a estas mujeres migrantes a descubrir el camino hacia el progreso hace que, irónicamente, el estigma sea asumido, y más que acabar con este, buscan desplazarlo transformando la imagen de prostituta en objeto de compasión y admiración.